Al filo de la senda romaní
La legendaria condición errante de los gitanos, su forma de vivir, sus músicas y danzas, han servido de inspiración para no pocas creaciones. Antonio El Pipa, que al menos participó en una de las más recordadas -la de Manuel Morao-, ha mirado a esa fuente tan frecuentada para su nueva producción, con un título que por sí solo anuncia un proyecto ambicioso. La intención no se pone en duda, aunque el resultado, como poco, puede ser objeto de diferentes escrutinios.
La obra se plantea como una sucesión de cuadros -más de una docena- con nombres en lengua romaní que remiten a escenas diversas de la vida de los gitanos, desde el campo a la ciudad o del romance nocturno a la boda final. La idea narrativa queda, no obstante, dispersa y el espectáculo solamente resulta ser la unión desigual de esos cuadros, entre los que se pueden encontrar momentos más o menos afortunados y otros directamente prescindibles, sobre todo si se tiene en cuenta que la obra se alarga casi hasta las dos horas. En Danzacalí, El Pipa pone en juego todos sus valores, que son conocidos e indiscutibles, a la vez que conjuga elementos que son tradicionales en sus obras, pero dentro la linealidad de esta, unos y otros quedan bastante desdibujados. Ocurre lo mismo con la intención de reflejar el sentir gitano, especialmente en el baile. Las coreografías, o no están a la altura o remiten a lugares comunes, si no es que se acogen al modelo de la danza clásica española. Tampoco contribuyó al propósito la iluminación, plana y sin resaltar nunca el rostro de los artistas, ni las proyecciones, que resultaron un tanto triviales.
DANZACALÍ, DANZAR DE LOS GITANOS
ANTONIO EL PIPA COMPAÑÍA DE FLAMENCO
Dirección, idea y coreografía: Antonio El Pipa. Música original y letras: Juan José Alba. Baile: Antonio El Pipa, Juana Amaya, Isaac Tovar, Macarena Ramírez, Nazaret Reyes y cuerpo de baile. Cante: Juana la del Pipa, Felipa del Moreno, Juana Rey, Joaquín Flores. Guitarras: Juan José Alba, Fco. Javier Ibáñez. Violín: Emilio Martín. Compás: Luis de la Tota. Percusión: Curro Santos.
Teatro Villamarta, 25 de febrero de 2011
La expresión de lo gitano se encuentra diluida entre tópicos y escenas naif
Las coreografías, o no están a la altura o remiten a lugares comunes
En ese contexto, la expresión de lo gitano se encuentra bastante diluida entre tópicos y escenas de tono naif, y solamente encuentra la tensión que se le supone en momentos escasos y puntuales. Juana la del Pipa es valor seguro e incuestionable, de ahí que el encuentro con su sobrino en los tientos-tangos constituya uno de esos momentos. Sin embargo, en la soleá, que suele ser plato fuerte, Antonio se dejó querer por unas y por otras -Mara y Felipa, además de Juana- y se quedó lejos de edificar el baile que acostumbra. La participación de Juana Amaya también dejó destellos de sentir y algunos de los escasos chispazos de la obra, de manera especial en el baile de la seguiriya. Antes, primer bailaor y primera bailaora se habían encontrado en unas rondeñas que se englobarían dentro de esa mencionada querencia por lo clásico español. Entre los jóvenes, Isaac y Macarena lucieron más por alegrías que en el paso a dos con recuerdo de farruca. La también joven Nazaret Reyes estuvo lejos de aportar algo.
En el cante, Quini se raspó el martinete y la seguiriya de manera destacable, y las dos cantaoras contribuyeron de manera desigual al objetivo perseguido. El violín de Emilio Martín, dentro de la búsqueda de la huella romaní, no terminó de encontrar su sitio, y sí constituyó un descubrimiento la música creada por el joven Juan José Alba, que fue bálsamo y hasta ungüento en según que momentos. Y puestos a destacar, justo es mencionar a Luis de la Tota porque tiene compás hasta silbando mientras marca el paso.
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