George Shearing, fabuloso pianista británico de jazz
Compuso uno de los himnos del género, el tema 'Lullaby of birdland'
Con la contundencia insuperable del buen eslogan jazzístico, la portada del álbum, de la gloriosa añada de 1959, exclamaba: The Beauty and The Beat! La belleza en cuestión era la vocalista rubia Peggy Lee. ¿Y el ritmo? El ritmo corría a cargo del pianista ciego británico George Shearing, fallecido el lunes a los 91 años en Nueva York.
Pues sí, tan legendaria era su forma de atacar el instrumento, con el pulso firme del percutor de una repetidora. También lo era su banda, el George Shearing Quintet, así llamado aunque el número de sus miembros en algún punto de los cincuenta superase el quinteto. El sonido de la formación, pese a parecer granítico como el hormigón armado, resultaba tan sutil como un formidable fraseo de be bop. Y en cierto modo, su música funcionó durante décadas como la traducción para un público amplio -por algo fue probablemente uno de los jazzman más populares del siglo XX- de los devaneos vanguardistas de la generación de Charlie Parker y Dizzy Gillespie.
Precisamente Parker fue inspiración indirecta de la más célebre de sus tres centenares de composiciones. Lullaby of birdland, algo así como una nana para hipsters, hablaba del club de Manhattan que alguien abrió para que Parker, Bird en los cenáculos bop, volase libre. Fue la aportación más perdurable de Shearing al Gran Cancionero Americano. En la versión que de ella interpretó Sarah Vaughan con el quinteto de Max Roach y Clifford Brown, la composición alcanzó sus mayores cotas.
George Shearing, seducido tempranamente por el latin jazz, mantuvo en activo su quinteto durante 29 años (de 1949 a 1978). La banda estuvo, con todo, sujeta a toda clase de vicisitudes, como la de aquel día de 1962 en que Vernell Fournier (batería) y Chuck Israels (contrabajo) abandonaron para gran escándalo el trío de Ahmad Jamal para dejarse guiar por Shearing.
De cómo un pobre chico ciego, miembro de una familia de clase obrera de nueve hermanos de Battersea, en Londres, alcanzó la fama internacional es una de esas formidables historias que parecen cosa del jazz del pasado. Como esa modesta forma de ver el mundo que hizo a Shearing siempre dispuesto a acompañar a cantantes comerciales como la mencionada Lee, Sinatra o Nancy Wilson. Igual que ese modo contagioso suyo de marcar el ritmo con el piano.
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