El otro lado de la deuda
La crisis económica tiene en España múltiples caras, y la financiera es quizá la más acuciante, porque solo cuando los proyectos viables vuelvan a conseguir la financiación que necesitan, la competitividad podrá convertirse en la necesaria palanca que tire del empleo y la actividad en general, y con ella vendrá la recuperación de las finanzas públicas en una especie de círculo virtuoso. No creo, desde luego, que las cosas sean sencillas, pero los datos sobre el comportamiento de nuestro sector exportador, incluido el turismo, son alentadores, y creo que no tenemos necesariamente que resignarnos: el mundo no está en crisis, su crecimiento supera el 4% y nuestras empresas tienen buenos proyectos para que esa demanda mundial tire de nuestra economía, de forma que solo tenemos que lograr que reciban la financiación que necesitan. Por supuesto, otras muchas reformas son necesarias o convenientes para el desarrollo pleno de nuestra competitividad, pero la búsqueda de soluciones al estrangulamiento financiero, sin ser suficiente, es necesaria para que todas las demás tengan los efectos deseados.
Es una situación curiosa: los mismos excesos que ha generado la crisis nos pueden ayudar a superarla
La venta de activos inmobiliarios en el extranjero daría al sistema la liquidez que necesita
El problema financiero se deriva de un exceso de endeudamiento; exceso público, pero sobre todo privado. Como país en su conjunto nos hemos endeudado con el resto del mundo, y algunos de esos inversores dudan (o hacen negocio con las dudas) sobre nuestra capacidad de repago. En la esfera privada, cuando se evalúa el endeudamiento de una empresa o familia, tan importante como los niveles de deuda es el destino que tuvo esa financiación. No es lo mismo que se haya dilapidado o que se haya invertido en activos que siguen siendo atractivos. ¿Y en qué hemos gastado los españoles el dinero prestado? El Gobierno básicamente lo ha invertido en infraestructuras, porque el valor de lo invertido en estos seis años sigue siendo superior al aumento de la deuda pública. Es decir, en estos seis años el Gobierno ha ahorrado, lo que ocurre es que ha invertido mucho más. ¿Y el sector privado? Pues lo mismo, ha ahorrado bastante, pero ha invertido mucho más. Por supuesto que ha habido excesos en ambos sectores, pero lo que hay al otro lado de la deuda en buena medida no es despilfarro, sino activos. Otra cuestión es que esos activos tengan ahora una valoración acorde a sus costes de construcción.
Seguramente el principal despilfarro ha estado ligado a los costes de ese proceso inversor, fundamentalmente en el sector privado; al pago de precios exagerados por suelos improductivos que ahora se pegan como colesterol al balance de los bancos, impidiendo la fluida circulación financiera. Pero, aun así, no deja de ser curioso que en medio de un problema de deuda como este, la venta de activos en el extranjero no tenga la importancia que debería. En concreto, las zonas turísticas cuentan con cientos de miles de viviendas y hoteles terminados o en muy avanzado estado de construcción. Si pudiésemos vender esos activos en un plazo corto obtendríamos, por un lado, la liquidez que el sistema necesita, y por otro, el impulso a la demanda (de actividad, de empleo y también de uso de infraestructuras sobredimensionadas) que necesitamos. Es evidente que ello requiere de precios atractivos, pero también de la acción conjunta de los tenedores de esos activos y las administraciones para llegar a los potenciales clientes y ofrecerles un producto interesante. En esa dirección, el Ministro de Fomento, José Blanco, se ha comprometido en el Congreso de los Diputados a que su departamento realice una ronda informativa internacional para dinamizar la venta de inmuebles en el extranjero, así como la creación de una comisión permanente, con la participación del sector inmobiliario y financiero, con el objetivo de elaborar paquetes de vivienda y suelo susceptibles de ser ofertados en los mercados internacionales.
Es una situación curiosa, porque los mismos excesos que han generado la crisis nos deberían ayudar a superarla. Pero convertir la necesidad en virtud no es un proceso automático; muchas de estas (des)urbanizaciones son inhabitables, porque no se pensó en el usuario y así se perdió al especulador. Cada zona, municipio o comunidad debería analizar qué puede hacer para hacer más atractiva su oferta residencial y aunar los esfuerzos para conseguir terminar de vender lo construido.
Lo planificado y no iniciado es otra cuestión, porque en demasiados casos se trata de una barbaridad solo entendible en plena burbuja, ya que no solo es irrealizable, sino que impide la venta de lo existente al suponer una amenaza a los encantos locales, que son justamente los que deberían atraer la demanda. Entre todos deberíamos avanzar en la ordenación de lo que tenemos y en la decisión de hacia dónde queremos y podemos llevar nuestra ordenación del territorio. Aclarar esa planificación supone aclarar una parte importante de nuestro futuro. Podemos hacerlo y debemos intentarlo. -
Pedro Saura García es director general de SEPES.
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