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Columna
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Cine de barrio

Muy lejos quedan ya aquellas sesiones dobles y continuas, buenos, malos y feos, música de Ennio Morricone, en las que no eran infrecuentes los cambios inesperados de programación, tal cual pasa ahora con la política y sus actores. Bien lo decía Jardiel Poncela, "los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y luego te cambian el programa". Literalmente esto ha ocurrido con Zapatero y tantos otros, empujados por una terca realidad, erróneamente interpretada por no ser la perfecta calcomanía de sus propias doctrinas, empeorada ante la opinión por personajes como el más reciente Aznar, altavoz de guiones mejorables sobre el Apocalipsis.

La crisis ha ido despertando prejuicios ya arrumbados en el desván del desuso, sumándose a los analistas razonables aquellos de los revanchistas más jacobinos, llegados, eso sí, de los arcenes derechistas de la sociedad. De modo rampante, se ha colado la idea de que las comunidades autónomas son despilfarradoras y manirrotas, que han vivido muy por encima de sus posibilidades, herederas aventajadas -en palabras de un conocido comentarista- "de todos los vicios del clientelismo que caracterizaba al viejo caciquismo". Ahí es nada, ya poco falta para que las autonomías empiecen a jugar el rol de la conspiración judeo-comunista-masónica, tan socorrida en otros tiempos.

De modo rampante, se ha colado la idea de que las comunidades autónomas son despilfarradoras
¿Tiene sentido mantener los ministerios de Sanidad o de Educación, por ejemplo?

Quizá se nos haya ido la mano al diseñar -a trompicones, es verdad- la nueva organización política del territorio, pero los tiempos eran entonces los que eran. Ministerios prescindibles, millones de funcionarios, Consejo de Estado y asimilados -consultivos, económicos y sociales, de cuentas...-, consejerías pintorescas, defensores del pueblo... Por no sumar la generosa e insensata creación de universidades. Pero cuando llega la tijera y manda parar, ha de hacerse examen de conciencia política y burocrática, en todas las instancias de gobierno, empezando por el central. ¿Tiene sentido mantener los ministerios de Sanidad o de Educación, por ejemplo? Secretarías de Estado y van que chutan.

Hemos entrado en un período crítico en el que la cooperación entre niveles de gobierno es imprescindible, por lo que deberían ponerse manos a la obra, tomando prestados algunos rasgos del federalismo cooperativo. Pero como decía un político suizo, la responsabilidad compartida es la ausencia de responsabilidad. Difícil sería mejorar esta descripción aplicada a las "liortas" intergubernamentales en España, lugar en el que, cuando las cosas van bien, el éxito tiene padrinos y, si van mal, nadie responde.

La política en general, y la autonómica en particular, no puede confundir cooperación con café para todos, pues quienes pierden con esta estrategia son los contribuyentes, la eficiencia y la democracia.

Ahora toca remangarse para ir más allá de lo cotidiano, que ya es mucho y cansado, pero hay que hacerlo. Por ejemplo, y en Galicia, para poner las primeras piedras de una administración municipal del siglo XXI, al objeto de arreglar la cuestión local. Han de tomarse iniciativas como país, que esta monserga de lo que somos y lo que deberíamos ser no se circunscriba, como casi siempre, a los ámbitos tópicamente culturales, para atreverse desde el gobierno a decirle a los gallegos la verdad del transporte aéreo, o del AVE o de la utopía -casi conseguida- de autopistas a cualquier parte.

Que los que mandan compartan con la ciudadanía cosas tan elementales como que hasta los millonarios priorizan sus inversiones y sus consumos, que nadie puede tenerlo todo y ya, sin renunciar -por supuesto- a reclamar en donde corresponda, sin victimismo, aquello a lo que Galicia tenga derecho.

El gran contratiempo que supone el desorden económico que nos asuela, concebido en un abrazo entre la avaricia y la irresponsabilidad, no se revertirá con políticas subcentrales aisladas, por más que se voceen proclamas retóricas desde cada espadaña autonómica. Quizá tampoco se pueda hacer mucho en las instancias estatales, mientras la Unión Europea ejerza de autista. Pero sí se puede y se debe tomar la iniciativa como país y pedir sentido de colectividad para las decisiones difíciles.

Es probable que los políticos sientan nostalgia de los buenos ciclos, cuando es posible gobernar con el piloto automático. Hoy eso es inviable y lo que toca es una incómoda vigilia, haciendo lo que se debe y prendiendo también una vela para que los dioses iluminen a la Unión y le den valentía para edificar un verdadero gobierno económico europeo.

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