La admisión en los colegios
Érase una vez un niño normal. No estaba enfermo, ni tenía hermanitos, y vivía con su mamá y su papá, que no eran ni ricos ni pobres. Cuando llegó el momento de pasar a Secundaria, los papás del niño buscaron colegio y encontraron varios que les gustaron, aunque no estaban en su barrio. Pronto vieron que no bastaba apuntarse, que las admisiones se ordenaban por puntos. Empezaron a preocuparse cuando vieron que casi todos los otros niños tenían más puntos para entrar en cualquier colegio que su hijo. Se extrañaron mucho de que las estupendas notas de su hijo no sirvieran para que le dieran ni siquiera un punto, y empezaron a cavilar: no podían tener otro hijo ni cambiar de barrio, descartaron simular una discapacidad porque les pareció muy feo, y hasta pensaron en separarse (de mentira, claro, que se quieren mucho), porque desde el año pasado además dan puntos a las familias monoparentales. Ya no saben qué pensar. Y cada vez duermen peor, porque saben que los niños sin puntos solo pueden ir a los colegios a los que nadie quiere ir, donde van niños que solo piensan en cuándo se acaba el rollo ese de estudiar.
Lo peor es cuando se acuerdan de palabras como equidad, excelencia, libertad de elección o igualdad de oportunidades que oyen a los políticos cuando hablan de educación. Y se preguntan a qué colegios fueron esos señores para vivir tan lejos del mundo real y a qué colegios envían a sus hijos.