Lluvia de pájaros
El día de Año Nuevo llovieron pájaros en Beebe, una pequeña localidad de Arkansas. Cayeron del cielo como pequeños pedruscos blandos y negros, y quedaron en las calles como un aviso de las alturas y como un signo elocuente de la desolación. Fueron unos 5.000, entre mirlos alirrojos, zarates norteños y estorninos, y nada resulta más enigmático y produce más impotencia que saber que de pronto interrumpieron el vuelo y cayeron fulminados.
Pocos días después se publicó que también se habían encontrado pájaros muertos en el tramo de autopista que va de New Roads a Morganza, en Luisiana: fueron unos 500, y además de mirlos alirrojos y estorninos cayeron gorriones. Al rato se supo que en las calles de Falköping, en el sur de Suecia, se habían encontrado entre 50 y 100 cadáveres de grajillas. Y enseguida se habló de millares de peces que habían perecido también en Arkansas. Y no solo allí, de pronto de todas partes llegaron malas noticias: más peces muertos en Florida, y en Brasil y Nueva Zelanda, y otros pájaros en Tejas y cangrejos en Reino Unido...
Los expertos se han apresurado a rebajar la alarma. Es habitual que, de tanto en tanto, mueran distintos grupos de animales. Sin ir muy lejos, en una lagunilla cerca de Pétrola, en Albacete, el granizo mató este verano a 75 flamencos.
Esta vez es en Beebe donde las investigaciones han llegado más lejos. No hubo contaminación de ningún tipo, ni epidemia, ni enfermedad. Fueron los fuegos artificiales de Nochevieja. El ruido que produjeron las miles de luces que explotaron en las alturas asustó a los pájaros que descansaban en sus dormideras de los árboles, y empezaron a volar desconcertados y asustados. Chocaron contra ventanas y cables y paredes de edificios. Y los golpes los mataron.
Sus pequeños cuerpos negros sobre el asfalto han quedado, sin embargo, grabados en la retina de cuantos los vieron. Algo tienen que estar haciendo definitivamente mal los hombres para que incluso las aves detengan su vuelo y se precipiten al vacío.
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