Niños

Es sano desayunar con la tira de Calvin y Hobbes. Los personajes creados por Bill Watterson son la pareja más estimulante fuera del ámbito de las revistas del corazón y sus ficciones amorosas. Calvin posee el grado de rebeldía contra la realidad que a uno le gustaría conservar. Hobbes, como todos los tigres de peluche con vida propia, es en cambio acomodaticio, prudente y razonable. En la viñeta de ayer a Calvin su padre le ha quitado el televisor, aduciendo que con uno en casa hay más que suficiente. Subido a la rama del árbol, Calvin fantasea con inventar una serie de televisión llamada Los padres no tienen ni idea de nada.
Esa serie, hecha por Calvin sin aportación de ningún pedagogo, tendría bastante éxito. Porque los padres, en realidad, no tienen ni idea de nada. Hace un año, una asociación de consumidores norteamericana logró que la productora Disney les devolviera el dinero por la comercialización de una serie de vídeos bajo el espeluznante título de Baby Einstein. Al parecer la publicidad resultó ser engañosa, y la visión del vídeo no provocaba en los bebés un aumento de la inteligencia, una optimización de sus neuronas ni una mejora de sus instintos creativos. Es decir, no pasaba de ser cualquier cosa que echarse a los ojos. Pero los padres creyeron el camelo de que la genialidad precoz se fabrica con tan solo fastidiarles la niñez, cambiando el ámbito de sus juegos y aficiones por sutiles redireccionamientos psicoformativos con careta lúdica.
Si uno tiene niños cerca, mirar un rato las piezas de Tom y Jerry que pasa el Canal Boomerang a la noche es un goce, pero ¿culpable? La lujuria de diversión podría parecer un rato perdido para los niños si alguien aspira a convertirlos en futuros genios. Pero me tranquilizó saber que el pianista LangLang confesó que su interés por el piano nació gracias a un corto de Tom y Jerry, donde Tom era un concertista pugnando por clavar la Rapsodia húngara de Franz Liszt mientras Jerry le complica la sesión.
Es decir, los niños atraviesan paredes donde nosotros indefectiblemente nos partimos las narices. Y es bueno no olvidar, cuando estás a su lado, la sentencia de Calvin: "Los padres no tienen ni idea de nada".
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