La diva despistada
El segundo disco de la diva galesa falla desde la portada, neutra como el catálogo de unos grandes almacenes. Es su principal problema: quiere satifacer a todo el mundo usando el viejo truco de decirle a cada uno la mentira que quiere oír. Por eso sus canciones se disfrazan de Blondie, Kylie o Mary Wilson. Pero aquí lo que abunda son baladas tipo Righteous Brothers, la especialidad del compositor y productor Albert Hammond. El padre del Stroke parece creer que para expresar desgarro emocional lo mejor es cantar como si te hubieras pillado un dedo al cerrar un cajón mientras suenan violines. El vibratto al final de los versos y esa voz tan nasal que parece que lleva una pinza en la nariz hacen del conjunto algo irritante.
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