Contraanálisis
La redada de la Guardia Civil contra el tráfico de droga deportiva provoca un fenómeno de reinterpretación audiovisual tan apasionante como demoledor. La imagen no es un elemento inocente ni objetivo, sino que adquiere valores diversos en función del contexto y la interpretación. La pereza mental con la que nos relacionamos con la imagen, debida a la sobreabundancia de pantallas y estímulos visuales, pero también a la demagogia con que es exprimida por los medios, no nos concede muchas ocasiones para disfrutar de una nueva lección.
Ni quienes se rasgan las vestiduras antes de conocer el alcance de las mafias, ni quienes hacen esfuerzos por seguir anclados en la ingenuidad, tienen mucho que aportarnos. Lo mismo da el ejercicio de fe, que la denuncia desgarrada. Lo mismo dan esos niños mostrando su apoyo incondicional a deportistas exitosos, que los periodistas ávidos de filmar su vía crucis judicial. No es la persona la que importa, sino el éxito como símbolo o el escándalo como su negativo. Funciona así todo espectáculo. La política cuando deviene espectáculo es un conjunto de gestos y cálculos electorales. La cultura espectáculo es aquella que prima la propaganda sobre la esencia. Y el deporte espectáculo es aquel que condiciona todos los esfuerzos al triunfo final. El listón para convertirte en un atleta dopado lo pone la mirada ambiciosa de los demás, la invisibilidad que sufre todo aquel que no sea mítico, triunfador, plusmarquista.
Vemos las imágenes de archivo de aquellos atletas sobre los que hoy pesa la denuncia y que antes fueron personificación del éxito. Su sonrisa, sus brazos en alto, su sudor, su gesto agónico, su mordisco a la medalla, su alegría contagiosa, mirados ahora con la presunción de culpa se convierten en imágenes que nos provocan indignación, dudas, tristeza. Contienen valores sucios opuestos a los que nos proporcionaron en su día, tan relucientes. Las imágenes son exactamente las mismas, a veces hasta con el mismo ralentizado épico en los metros finales.
Pero nosotros somos distintos, y el ralentizado es ahora un efecto inquisidor. La imagen es una cuestión de información, de conocimiento. Pero pese a todas las bofetadas, no perdemos la inocencia y la próxima vez, mañana mismo, volveremos a confiar en lo que vemos, incapaces de ejercer un contraanálisis.
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