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ELECCIONES CATALANAS | La opinión
Columna
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Asomados al balcón electoral

La noche del domingo, con resultados ya incontrovertibles a su favor, Artur Mas cumplió con el rito de saludar desde el balcón. Esta vez era el del Majestic, convertido en sede de Convergència i Unió durante la noche electoral. Así ha sido de modo invariable desde aquel domingo 28 de octubre de 1982, cuando el recuento de las urnas había cantado la primera victoria electoral socialista. Porque se ha ido imponiendo la costumbre de que el líder triunfante salga a un balcón principal, mejor si es el de la propia sede partidaria, para corresponder a los entusiastas previamente movilizados como si fueran extras al servicio de una determinada coreografía. Son unos momentos en los que casi no se puede respirar porque todo está lleno de victoria, como acertó a señalar Canetti. Revisten caracteres de riguroso estreno y enseguida adquieren significado histórico.

De Artur Mas se recordará su determinación de administrar el éxito "con humildad, responsabilidad y esperanza"; de la misma manera que José Luís Rodríguez Zapatero ha dejado memoria de su compromiso enunciado en términos de "os aseguro que el poder no me va a cambiar".

Son instantes inaugurales, mágicos, todavía impregnados de ingenuidades y propósitos desprendidos, de limpia vocación y de afán de sacrificio, de alegría por el triunfo y de gratitud por la colaboración de tanta gente. Son minutos encantados que los escribidores de cabecera están obligados a imaginar con anticipación suficiente para plasmarlos en la literatura de las primeras palabras, con ecos de generosidad propia y de llamamientos a la participación. Una ayuda que parece afluir incondicional, sin precio alguno, que se entiende capaz de superar los obstáculos interpuestos para cerrar el camino hacia la justicia y la felicidad de todos. Predomina un ambiente sin contaminar, cuando todavía no han tocado a rebato las campanas del egoísmo, ni del cálculo del "a mí qué me queda".

Estas noches electorales parecen la bulla del Jueves Santo en Sevilla porque hay que ir saltando de esquina en esquina o, en nuestro caso, de canal en canal, para no perderse la salida de la Macarena o el paso de Jesús del Gran Poder cuando se cruzan y se oyen cantar las saetas, o para seguir en la pantalla a quienes gritan victoria o se proclaman derrotados, sin camuflar los resultados ni acudir como salvavidas a comparaciones rebuscadas.

Buen momento para escuchar a Milán Kundera, antes de que seamos arrebatados por el entusiasmo y encadenados a fidelidades dogmáticas acunados por los sones de las marchas triunfales y de los himnos partidarios. Esa es la denuncia que nuestro autor hace de los tiempos en que aprendimos a someter la amistad a lo que suelen llamarse las convicciones, cuando estábamos imbuidos del orgullo de actuar con rectitud moral. Porque es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita, a la fuerza imperfecta, probablemente pasajera, que solo los muy cortos de entendederas pueden tomar por una certeza o una verdad. En tanto que, por contraste con la pueril fidelidad a una convicción, la fidelidad a un amigo es una virtud, tal vez la única, la última (El telón. Tusquets Editores).

Avanzaba la noche del domingo y Josep Antoni Durán Lleida se esforzaba en robar plano, advertía al llegar al atril que su función era la de telonero pero, cuando consiguió aferrarse al micrófono, reiteraba una y otra vez incansable logorreico las mismas gratitudes a propios y extraños. Se sabía en TVE-1 y quería prorrogar la oportunidad. Ese mismo ataque de aprovechamiento de cámara lo padeció la lideresa del PPC, Alicia Sánchez-Camacho, hablando primero en catalán y luego en castellano para repetir mecánicamente las mismas frases hasta la saciedad. Feliz como estaba fue incapaz de resistirse a proclamar que lo suyo era tan solo un anuncio del triunfo imparable del Partido Popular de Mariano Rajoy. Quería decirlo a toda costa, antes que nadie, para que le sea tenido en cuenta cuando llegue la hora. Oyéndola se diría que, en adelante, todo se haría en Cataluña conforme al programa del PPC. Fue la única que hizo proyecciones de los resultados electorales sobre del domingo sobre lo que allí llaman Madrid y su circunstancia.

Claro que la evaporación del tripartito en la Generalitat abre un panorama de acuerdo entre el Gobierno socialista de La Moncloa y el convergente del Palau de la Plaza de San Jaume y favorece que la legislatura actual pueda llevarse hasta su extinción natural en marzo de 2012. Veremos si para entonces el balcón es el de Génova o el de Ferraz. Si es de mecanotubo o de obra. Atentos.

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