Una de autonomías
Mañana hay elecciones autonómicas en Cataluña, así que bueno será reflexionar sobre este extraño invento de la España democrática. Se suele decir que responde a una necesidad muy antigua y que la Constitución de 1978 se limitó a resolver un conflicto larvado que ya había aparecido durante la II República. Permítanme que lo dude. Lo que hubo en 1931 fueron estatutos de autonomía para las comunidades bilingües, es decir, para Cataluña, Galicia y el País Vasco, aunque no llegara a haberlo para Valencia. Que las otras lenguas han sido maltratadas históricamente y que hay que hacer justicia a sus hablantes resulta una obviedad que, si no se atiende, condenará al fracaso a cualquier sistema político en España. Pero esto es una cosa y otra que podamos permitirnos 17 autonomías que duplican las competencias y el gasto del Estado. ¿Y por qué no medio centenar? El lector me agradecerá en lo que valen las sugerencias que siguen sobre cómo fundar una nueva Comunidad Autónoma (CA). Lo primero es encontrar una comarca que se sienta postergada y sobre todo que envidie a las vecinas. Acto seguido echaremos mano de algún historiador de guardia, de esos que desempolvan un legajo del archivo de la iglesia y descubren que en lo antiguo, en tiempos de los moros, la comarca era independiente. También ayudan mucho los filólogos para atestiguar que la forma de hablar de las gentes de la CA es una nueva lengua, aunque con un dialecto suele ser suficiente. Finalmente se elegirá una bandera -si uno se inspira en la colcha del dormitorio, conviene disimularlo- y algún himno. Estos factores son previos a la constitución de la empresa, digamos que son como un estudio de mercado. El verdadero arranque de una CA es su legitimación democrática, su puesta de largo con salida a Bolsa. La CA tiene que ser accesible, así que se echará mano de los amigos para cerrar unas listas que se presentarán a las elecciones. Queda bien que los que llevan la voz cantante se turnen de vez en cuando, pero no es imprescindible. Al fin y al cabo el parlamento estará casi siempre vacío, es como la sala de recibir de las casas antiguas. También es vital que a la mayor urgencia se nombre una mesnada de asesores para cada cargo. El último paso consiste en llenar la administración de funcionarios de confianza (porque confían en ascender). Así se ha hecho la España actual y ahora nos quejamos. A buenas horas, mangas verdes. Se acabó la época de las vacas gordas: hoy, nuestras autonomías se han convertido en una rémora tremenda. No son solo los banqueros y algunos políticos valientes de uno y otro signo quienes lo han dicho. Lo sabemos todos, pero alguien tendrá que tener el valor de cortar por lo sano. Hay que fusionar CC AA, suprimiendo las que sobran y dejando solo la media docena imprescindible. Todo menos seguir como vamos: directos a la bancarrota.
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