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Columna
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Ciudad menguante

La última edición del informe Merco sobre el estado de las ciudades españolas no deja a Alicante en buen lugar. La abundante literatura que nuestras autoridades publicaban sobre las excelencias de esta tierra ha resultado ser poco menos que una invención, eso sí, una invención muy bien alimentada. Pero hay un momento en que la propaganda debe rendirse ante las cifras y dar paso a la realidad. Es lo que acaba de suceder. Y la realidad es que Alicante no figura entre las poblaciones preferentes que los españoles elegiríamos para trabajar, visitar o hacer negocios. La ciudad del turismo y los servicios, ese eslogan al que nos hemos entregado con pasión, no parece existir más allá de la propaganda oficial. Tal como están las cosas, no parece que los futuros informes vayan a mejorar nuestra clasificación. Incluso podría ocurrir que la empeorasen.

No creo, sin embargo, que el informe Merco constituya una gran sorpresa para los alicantinos. Aunque nos hemos esforzado en mantener la ficción, porque estábamos cómodos en ella, era evidente que el traje comenzaba a descoserse. Cualquier observador medianamente atento advertía el deterioro paulatino de Alicante; otra cosa es que quisiera enterarse. En todo caso, ahí estaba la alcaldesa, Sonia Castedo, para seguir alimentando las fantasías. Pero tomar el pulso a una ciudad es bien sencillo: basta caminar por sus calles, visitar su comercio, conocer sus espacios públicos: si les prestamos un poco de atención, veremos que hablan una lengua muy fácil de entender.

Dice el arquitecto Richard Rogers que "los espacios públicos son la realización física de los valores de la sociedad". ¿Sabe el lector cuál ha sido la última decisión del Ayuntamiento de Alicante? Cortar en dos el parque de Canalejas para facilitar la circulación de los vehículos. El espacio verde más antiguo de la ciudad se ha sacrificado al automóvil ante la indiferencia general. El desastre apenas ha suscitado comentarios de reproche, lo que ha servido a las autoridades para sentirse respaldadas en su acción. ¿Podemos encontrar una imagen mejor para describir el estado actual de la población?

Nos equivocaríamos si pensáramos que la decadencia de Alicante es un accidente que comenzó hace cuatro días. Alicante tuvo un atisbo de renovación bajo la alcaldía de José Luis Lasaletta, cuando estuvo a punto de convertirse en una ciudad moderna. Ángel Luna, su sucesor, fue una interinidad en un momento donde el socialismo había perdido el norte y casi todas sus ilusiones. La decadencia de Alicante se inicia con Luis Díaz Alperi, un hombre que dio la espalda a la ciudad, gobernando para él y sus amigos. Esta conducta -y el concurso de una oposición desarbolada- le produjo a Díaz sucesivas mayorías absolutas, por lo que podemos decir que la decadencia de Alicante es, en buena medida, obra de los propios alicantinos.

Pese a las fantasías de Castedo, Alicante es hoy una ciudad hundida en el desánimo, a la que se ve incapaz de reaccionar para construirse un futuro. La CAM se ha convertido en una sucursal de Cajastur; los empresarios se han desvinculado de la sociedad y solo miran por sus intereses; el Gobierno municipal va a lo suyo y la oposición, 15 años después, sigue siendo inexistente. Estas circunstancias explican cómo una ciudad que pretende vivir del turismo ha sido incapaz en 15 años de poner la primera piedra de un palacio de congresos.

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