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Columna
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Un retrato del país

La revista Tempos Novos, dirigida por el veterano periodista Luis Álvarez Pousa, ha publicado un excelente Informe Galicia 2010 de consulta obligada para todo aquel que quiera tener una conversación con sentido sobre el país. Tal vez puedan discutirse algunas afirmaciones aquí y allá, pero, en conjunto, se trata de un retrato veraz fundado en los datos disponibles. Confirma el informe, para decirlo rápido, que Galicia se ha convertido en un país capitalista corriente y moliente, con sus huelgas más o menos salvajes del metal, sus financieros de traje y corbata azul y sus señoras, bolsos de Vuitton al ristre, soñando con un pisito en Chamberí. Lo ha hecho tan bien, lo señala Enrique Negueruela, que "sus retribuciones salariales son 3,3 puntos inferiores a la zona euro y el excedente empresarial es 5,9 puntos superior". O sea que nuestros obreros cobran poco, pero a nuestros empresarios les va de perlas.

Seguimos condenados a cierta pasividad y somos incapaces de formular objetivos

Es una Galicia en la que encontrar a un campesino ya es difícil -sólo el 7,9% de la población ocupada lo hace en el sector primario- y en la que el tipo humano fundamental es el de gente empleada en ese gran cajón de sastre que se llama "sector servicios" (un 65,9%). Entre los asalariados más del 60% cobraba en 2008 menos de 1.200 euros al mes. Cáritas ha denunciado que medio millón de personas vive en la pobreza, de las cuales 100.000 en exclusión social. Son datos que tal vez deshacen esa ensoñación de un país de clases medias a menos que ese concepto, signifique lo que signifique, se extienda como el chicle. Por otro lado, y aunque a algunos les parezca mentira, para aproximarse a los parámetros europeos habría que crear empleo en las actividades sanitarias, servicios sociales, y educación.

No sabemos cómo esa fotografía será modificada por la crisis. A pesar de todo, el sentimiento promedio del país en las últimas décadas ha sido de satisfacción. Mucha gente interpretó el dejar la aldea como una forma de promoción social, lo fuera o no en términos económicos, y de liberación de costumbres. También muchos trabajadores pudieron ver a sus hijos en la universidad. Esa satisfacción legítima rozó a veces la autocomplacencia y por un momento muchos padres educaron a sus hijos en la poco plausible creencia de que los frutos de la tierra les serían dados por añadidura, tal y como nuestro Señor alimenta a los animales del campo y las aves del cielo. La forma de miedo predominante fue, durante un gran lapso de tiempo, el volver a recaer en los orígenes. Si de algo ha habido vergüenza ha sido de ellos. "Quien pierde los orígenes pierde su identidad", cantaba Raimon. Y así ha sido.

Se juzga generalmente que viene una fase prolongada de contracción del crecimiento, para decirlo con la elegancia neutra y circunspecta de los economistas. O sea, que el paro va a mantenerse alto, que los salarios bajarán en términos reales, y que la protección social disminuirá. ¿Hasta dónde llegará el descontento? ¿Cómo asumirán los nuevos tiempos gentes que habían mejorado, que tenían la expectativa de seguir haciéndolo y que, con toda probabilidad, verán frustradas sus aspiraciones? Esa es la incógnita. Sin duda, la desprotección generará nuevas formas de miedo, que podrán ser movilizadas por nuevos populismos o integrarse en una nueva concepción más realista.

En términos políticos, puede ratificarse la hegemonía del PP o, lo que a priori sería más coherente, que el tándem PSdeG-BNG retorne al gobierno. Al fin y al cabo, si en las primeras elecciones democráticas el predominio de la derecha era incontestable, en una proporción de 70% a 30%, la opinión ha evolucionado hasta el presente equilibrio entre ambos bloques. No hay que olvidar que, a salvo de lo que ocurra en las elecciones municipales de mayo, el PP no gobierna en ningún concello importante, excepto el de Ribeira. El trasfondo de esa evolución es el que mencionábamos antes: la salarización de la franja central de la población gallega. Del país de pequeños labriegos hemos pasado a uno en que el paisaje dominante está formado por trabajadores. Aunque las clases medias hayan aumentado, la base social del predominio de la derecha se está quebrando.

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Pero, por supuesto, las explicaciones mecánicas tienen un ámbito de aplicación restringido en la vida social. Se suele afirmar que nunca hubo en Galicia tanto conocimiento. Y es verdad. Pero todavía no hemos cruzado el umbral que permitiría no estar a velas vir en los salones de la historia. En lo substancial seguimos condenados a cierta pasividad ante la marcha de los acontecimientos -el actual gobierno gallego es la mejor ilustración de este aserto- y somos incapaces, como país, de formular objetivos. Sobre todo, descifrará mejor el futuro quién sepa interpretar el sentir de nuestras ciudades y conformar nuevas mayorías morales. ¿Quién lo hará?

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