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Columna
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Un Gobierno explicativo

Entre las novedades de postín de la temporada otoño-invierno figura una remodelación del Gobierno, decidido a centrarse en la función explicativa de la miseria en la que nos encontramos. Se ve que el problema es de comunicación más que de actuación. Aunque no veo cómo se puede comunicar ni explicar que Rodríguez Zapatero no se enterara de la crisis que teníamos encima hasta que lo leyó en la prensa. En realidad, ¿qué hay que explicar? ¿Que la ex presidenta Fernández de la Vega fuera incapaz de dar cuenta de lo tratado en el Consejo de Ministros de los viernes sin apartar los ojos del textito que tenía sobre el atril? ¿O la desenvoltura de Pérez Rubalcaba para exponer los asuntos con un braceo incesante que siempre parece proceder de las aguas más profundas? Porque, bien mirado, no son pocas ni de poca enjundia las cosas que conviene explicar si los socialistas quieren recuperar el camino perdido. No se trata ya de responder con energía a las encuestas electorales que vaticinan su ruina incluso en Andalucía, donde se ve que el pintoresco Alfonso Guerra ya no es lo que era, o peor todavía, sí que lo es, sino de preguntarse, antes de la explicación, un tanto a la manera de la Iglesia católica, ¿cuándo se jodió nuestro predicamento entre los ciudadanos?

Quiero decir que de nada vale el dispositivo explicativo si previamente no se interroga verazmente sobre la enormidad de los errores cometidos. No se trata de recomponer los tremendos augurios de las innumerables y casi siempre erróneas estadísticas, que tienen jefe y amo en nómina o en prestación de servicios (a fin de cuentas, las empresas encargadas de ese asunto no gobiernan), sino de diseñar estrategias de comunicación, y sobre todo de actuación, dirigidas a esos millones de ciudadanos que apenas si llegan a fin de mes cada mes de todos estos años. ¿Mileuristas? Ya les gustaría a muchísimos vecinos ingresar mensualmente semejante cantidad, hasta el punto de que tal vez más del cincuenta por ciento de la población sueña cada día con disponer de unos ingresos semejantes para seguir viviendo en la pobreza. Si hasta la pobre Cospedal tiene unos ingresos de 240.000 euros, es el momento de preguntarse cómo y por qué se desperdicia el dinero público en figurantes de partido.

El otro día, aquí mismo, en nuestra ciudad, en los comedores de Cáritas y de la Casa de Caridad. No es noticia, claro, pero estaban repletos de los frecuentadores de casi siempre y de parejas universitarias con sus bebés que habían perdido su trabajo, sus ingresos, su comida y quién sabe cuántas cosas más. Esa desolación no se puede contar con palabras. Bueno, sí se puede, pero no quiero. ¿Saben los políticos, los que sean, lo que eso significa? ¿De verdad saben lo que sus vaivenes, y las corruptelas que acogen, implican para los más desprotegidos? ¿Lo saben? Que lo expliquen.

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