105 metros de alfombra real
Cuida el césped del Santiago Bernabéu tras dejar el campo del Arsenal en 2009
Trabaja entre 50 y 120 horas semanales, "como Mourinho", puntualiza. Se levanta a las siete de la mañana y no desayuna hasta que enciende a las ocho el ordenador de su despacho del Bernabéu para mirar la predicción del tiempo. Entonces bebe un café. Nada de alubias estofadas, salchichas o huevos revueltos típicos del desayuno inglés. Los anglicismos los deja para el pub irlandés en el que se junta con sus compatriotas.
La obsesión de Paul Burgess (Manchester, 1979) mide 105 metros de largo por 74 de ancho y es verde, el césped del estadio Santiago Bernabéu. Su trabajo es mantenerlo toda la temporada como una alfombra de seda capaz de aguantar las pisadas de una manada de búfalos con tacos de aluminio. Pero hay otras amenazas: le salieron hongos el pasado mes de septiembre. El entrenador portugués del Real Madrid, José Mourinho, afirmó que no era fácil jugar en un "campo de patatas", y el jardinero inglés decidió cambiar toda la hierba antes de que los tubérculos echasen raíces. "Me pasé de martes a jueves trabajando sin dormir", explica.
Una plaga dejó la cancha como un "campo de patatas", según Mourinho
El encargado se pasó dos días sin dormir para cambiar todo el terreno de juego
En la liga inglesa fue elegido durante cinco temporadas jardinero del año
Trabaja solo con españoles: "Con el paro que hay no podía traer 'guiris"
Burgess y sus empleados tuvieron que unir 484 trozos de césped importado de la frontera entre Holanda y Alemania (unos 200.000 euros de verdor). Ahora el campo tiene buena cara. Observándolo de cerca se puede ver que para que la hierba respire está uniformemente agujereado y relleno de arena fina para que las nuevas piezas de césped se compacten.
Elegido cinco veces groundsman of the year (superjardinero) en la Liga inglesa, donde parece que afeiten con una hoz cada brizna de hierba entre taza y taza de té, Burgess llegó del Arsenal Fútbol Club al Real Madrid en abril de 2009. Desde ese día se pasó el resto de la temporada viendo cómo se hacían las cosas y concluyó que se hacían rematadamente mal. "El modo de trabajar, la composición del terreno. Era todo un desastre", recuerda.
Al año siguiente se puso manos a la obra. Cambió el terreno de juego de abajo arriba. En el fondo, las tuberías de drenaje. Encima, una capa de guijarros. Después, los tubos de la calefacción, el sistema de riego y un buen estrato de arena y materia orgánica. En la superficie, el tepe: un pedazo de tierra y césped de cuatro centímetros de alto.
La forma del estadio Santiago Bernabéu suponía un problema. La mayor parte de la temporada no daba el sol en el fondo sur. Burgess lo solucionó iluminando la zona con un armazón de lámparas que utilizaba desde 2005 en Highbury, el campo del Arsenal. "Descubrí el sistema cuando visité un invernadero de rosas en Holanda", explica en su lengua, el inglés, una lengua distinta a la de sus empleados, que son españoles. "En un país con un 20% de paro no creo que hubiese gustado que me trajera 10 guiris conmigo", comenta. Tiene tres personas a sus órdenes en el campo del Bernabéu y nueve en el centro de entrenamiento del equipo en Valdebebas, al noroeste de la capital.
"Una pa-lo-ma blanca...", canturrea uno de los empleados mientras transporta un brazo de lámparas en un carricoche.
Su castellano es aún limitado. Intenta comunicarse con Agustín, un veterano que lleva 40 años siendo delegado de campo del club y le salen unas palabras indefinidas. "Paul, es que como hablas inglés no te entiendo bien", se lamenta el caballero mayor. En realidad, Paul estaba intentando hablarle en español.
A veces su corto vocabulario le ayuda un poco. Con el director general del Real Madrid, el argentino Jorge Valdano, se entiende en spanglish, una chapuza lingüística a medio camino entre castellano e inglés. Cuenta que el portero Iker Casillas y él compiten por faltarle al idioma del otro: "Él trata de hablar en inglés y yo en español", dice Burgess. Xabi Alonso, que jugó cinco años en el Liverpool, es su desahogo y con quien le complace charlar sobre el estado del césped.
Burgess está satisfecho en Madrid. Vive en un piso del centro con su esposa, Melissa, y su hijo, Oscar, que nació hace dos meses en Inglaterra. Aunque también estaba contento en Londres. Le gusta recordar el jardín de su casa, al que le colocó hierba artificial para no tener que trabajar después del curro. Y se le pone cara de niño cuando recuerda la trastada que le hizo al portero del Tottenham, rival londinense del Arsenal. "Ian Walker hacía cosas ridículas en su portería antes del partido, durante el calentamiento. El día del derbi compré una caca de juguete y se la dejé en el área. Estuvo cinco minutos mirándola. Hasta que me vio riéndome".
El jardinero también siente la presión del Real Madrid. "Todos los días", reconoce. El delegado sabe por qué: "Esto es muy difícil", dice Agustín mientras pasea la mirada por las gradas. "Haces 100 cosas bien y eres feliz. Haces una mal...". El veterano le da una palmada en el hombro a Paul Burgess y se pierde por la boca del vestuario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.