Sueños botánicos
Quinta do Caracol, el frescor de unos jardines en el Algarve portugués
De camino a las playas del Algarve, 20 kilómetros pasado el puente del Quinto Centenario sobre el río Guadiana, muchos españoles hacen noche en Tavira. Esta histórica ciudad portuguesa posee indudables atractivos monumentales, como sus 37 iglesias. Y entre todos los hoteles del entorno, la Quinta do Caracol parece ser el que más gracia les hace, a tenor de sus datos de ocupación. Es un cortijo andalusí llamativo antes que nada por sus jardines floridos y luego por los innumerables guiños arquitectónicos que brinda a la estructura espiral de los moluscos gasterópodos que le dan nombre. Pero también entusiasma por la rusticidad de sus instalaciones, la atmósfera balsámica que se respira en sus interiores y, desde luego, los mimos que le dedican a diario las simpáticas Margarida y Sofía Viegas, hijas del inolvidable fundador de la quinta, João Marcelo Viegas.
Quinta Do Caracol, en Tavira (Portugal)
PUNTUACIÓN:6,5
Categoría oficial: turismo de habitação. Dirección: São Pedro, 11. Tavira, Portugal. Teléfono: 00351 281 322 475. Fax: 00351 281 323 175. Internet: www.quintadocaracol.com. Instalaciones: jardín, piscina, pista de tenis, salón de estar, bar, comedor. Habitaciones: 9 casitas-apartamentos con baño, calefacción con paneles solares, teléfono, TV color, carta de almohadas, secador de pelo. Servicios: no tiene habitaciones adaptadas para discapacitados, animales domésticos tolerados. Precios: desde 80 euros + 5% IVA, desayuno incluido.
El pozo de la entrada, los muros encalados, los geranios en sus macetas, las tejas que rotulan en el cielo una línea ondulada... La quinta originaria era obra del siglo XVII, bajo el dominio del gobernador de Tavira, Pedro de Sousa de Abreu e Siqueira. Sus sucesores vivieron de las plantaciones de almendros, higueras, olivos, alcornoques, trigo y maíz que en ella había. Y esta actividad fue determinante más tarde al reconvertirla para uso turístico. Hasta las habitaciones, diseminadas en casitas por la finca, llevan el nombre de su acompañamiento botánico: Amor Perfeito, Aloendro, Papoila, Malmequer, Glicínia, Jasmim...
Algunas ofrecen generosas vistas del mar y la sierra. Todas instilan simpleza y serenidad: los cabeceros de estuco con bandas pintadas, los suelos de ladrillo efectistas y ocurrentes, la encimera rústica en los cuartos de baño, los camastros de obra en el salón, aquí y allá poyetes para sentarse y rincones para dejarse llevar por la molicie del litoral. Girassol, Rosmarinho, Araucária... las casitas dan cobijo y tranquilidad entre azulejos del Alentejo, viguería de madera, paredes encaladas de blanco impoluto y estarcido añil, jofainas a medio traer, cabeceros pintados a mano, colchas de hilo..., y wifi hasta en el último de los rincones. Claro que no se le debe pedir ningún lujo al hotel, salvo esas barbacoas que las dueñas montan en noches de plenilunio otoñal, junto al pequeño estanque que se atisba al fondo con pontón, nenúfares y juncos palustres, hábitat natural de mil ranas croadoras.
Tampoco el desayuno matinal es para darse un lujo, pero qué aromas fluyen entre las mesas cuando se lo pide uno en el jardín, qué verdor a la vista.
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