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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cabalga la cuerda

Dos detalles extramusicales, o premusicales si se prefiere, podían bastar para apercibirse de que la Sinfónica de la Radio de Baviera es un pedazo de orquesta, una de las mejores de la actualidad. El primero era la afinación de la cuerda: a los pocos segundos de que el oboe diera el la, los músicos tenían perfectamente asumido el dato. Nada de aproximaciones por ensayo y error. La no hay más que uno y todos sabían dónde estaba. Disciplina bávara obliga.

El segundo detalle era de orden visual y consistía en observar la perfecta sincronización de los arcos, oleadas oblicuas en tan perfecta formación que aun tapándote los oídos podías jurar que producían un sonido poderoso, redondo, seguro. Una base de orquesta así es como un buen sofrito: una garantía de que el plato resultante estará sin duda a la altura.

ORQUESTA SINFÓNICA DE LA RADIO DE BAVIERA

Adam Fischer, director. Obras de Ligeti, Haydn y Beethoven. Palau 100. Barcelona Palau de la Música

25 de octubre.

No acudió a la cita, por indisposición, Mariss Jansons. Ocupó el podio en su lugar un Adam Fischer electrizante. Especialista en Haydn, brindó la Sinfonía número 97 con plenitud prerromántica, marcando el carácter de cada tema e invitándolo al diálogo de contraste con el sucesivo. Fischer es un director que ama la ópera, su histrionismo es sincero. Previamente había ofrecido el poco habitual Concierto romanesco, de György Ligeti, obra primeriza de tentativa etnográfica, camino que el compositor no siguió en su etapa de madurez.

Pero el gran momento de la noche llegó en la segunda parte, nada menos que con la Quinta de Beethoven. A esas alturas, el despliegue de los arcos arrollaba con la belleza de una carga de la caballería, con Fischer marcando las síncopas como el jinete espolea la montura. La Quinta aún puede escucharse en directo. Siempre y cuando el ardor vaya unido a la calidad interpretativa, como fue el caso. De lo contrario, mejor evitar el ridículo.

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