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Columna
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Brea y fuego

Que desde un tiempo acá se echa a faltar transparencia informativa en temas relacionados con el erario público valenciano, es harto conocido. Más: es una carencia democrática de tomo y lomo, que deja nuestro sistema de convivencia algo más que cojo. En otros ámbitos, por poco que se preocupe o lea, cualquier vecino encuentra mayor claridad. Por ejemplo, Ximo Huguet y Joaquim Alfonso, dos jóvenes estudiosos y preocupados por el pasado de su pueblo, publicaban hace exactamente dos años -mucho antes de que el Parlamento de Barcelona prohibiese las escasas corridas que tenían lugar en suelo catalán-, publicaban, digo, una larga reseña, muy bien documentada, sobre la Fira d'Onda en el semanario Arrels de dicha localidad. Explican cómo, en la noche de los siglos medievales, el objetivo de la feria eran las transacciones comerciales en una Onda siempre laboriosa y dinámica. Y esa función económica la tuvo durante muchos años hasta que en el siglo XVIII, pero sobre todo el XIX, la feria convirtió paulatinamente lo económico en lúdico, y apareció el bou de vila, astado que se corría por las calles con otros dos ejemplares del mismo género, y se le untaban los cuernos con brea por la noche para iluminar calles y para jolgorio de los amantes del espectáculo, que lo eran con pasión. Hasta tal punto que, cuentan los historiadores, la localidad de la Plana Baixa fue protagonista hace algo más de un siglo de una especie de Motín de Esquilache: tras un percance del cornúpeta de la brea con resultado de herido grave, el munícipe principal de la villa prohibió el paseo del toro con brea y fuego por la población la feria siguiente; el acaloramiento y el enfado de la afición y el alboroto consustancial obligaron a intervenir, incluso con tiros, a los guardias civiles, aunque no hubo heridos ni muertos. Volvió el cuerno, la brea y el fuego a la Onda del barro y el azulejo, aunque hasta que, allá por los sesenta de la pasada centuria, la autoridad municipal, bien porque obligaban las ordenanzas o bien por temor a percances, volvió a suprimir la brea y el cuerno de los festejos. Testigos de esta supresión recuerdan todavía cómo la afición solicitaba que untaran con brea al alcalde durante el popular pasacalle de la feria. Y el alcalde que desfilaba junto con la afición, aguantaba con resignación la ocurrencia. Esa era la costumbre festiva o tradición secular o menos secular.

Una costumbre y una tradición convertida por gran parte de la afición, que no es la ciudadanía en su conjunto, en una hipérbole festiva. En Onda la feria son 28 toros en siete días, y varios de ellos con brea y fuego. Y lo mismo puede afirmarse de otras muchas poblaciones castellonenses. Una tradición y una costumbre, no exportable, de la que algunos aficionados ocasionales, como el delfín de Carlos Fabra y sus afines, alardean a través del prisma anticatalán y patriotero mediante su Día del Bou. Aunque en muchas comarcas catalanas siga la tradición de la brea y el fuego.

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