¿Es Bélgica la siguiente?
Durante tres meses Bélgica ha estado sin Gobierno, la deuda pública se acerca al ciento por ciento del PIB y el diferencial de los tipos de los bonos a 10 años belgas frente a los alemanes es el triple que a principios de este año. ¿Es Bélgica el próximo país con una crisis de la deuda soberana?
Hasta ahora, el país ha logrado mantenerse fuera de las pantallas de radar de la mayoría de los inversores internacionales, que se centran en Grecia, Irlanda, España y Portugal. Pero eso puede cambiar si la crisis política -que ya dura más de dos años- no se resuelve pronto. En las elecciones generales de junio, los separatistas de la Nueva Alianza Flamenca (NVA) emergieron como el partido más fuerte en Flandes, mientras que en la francófona Valonia, los socialistas quedaron primeros. En las negociaciones de coalición subsiguientes, la NVA ha optado por lograr una reforma federal antes que formar parte del Gobierno, en un complejo proceso de negociación entre los siete partidos que actualmente participan en las conversaciones. El resultado es un estancamiento político que amenaza con paralizar el sistema político durante meses.
Los distintos escenarios de descentralización tienen un gran coste político, un gran coste financiero, o ambos
Puede ser útil pensar en el futuro económico de Bélgica con cuatro escenarios diferentes. El primer escenario, el statu quo, no es muy probable, tal vez sorprendentemente. Bajo ese escenario, no habría una mayor delegación de poder desde el centro hacia las regiones. Así que mucho capital político está ligado a un proceso de reforma constitucional al que los principales partidos, tanto en Flandes como en Valonia, no pueden dar la espalda. Si hubiera elecciones ahora, la NVA recibiría más votos en Flandes que en junio, según las últimas encuestas de opinión. Y lo mismo parece para los socialistas en Valonia. Unas nuevas elecciones empujarían más a Bélgica por el camino del separatismo.
En el segundo escenario, los partidos podrían acordar un grado mínimo de transferencia de competencias a las regiones. Bajo un acuerdo condicionado previamente negociado, un total de 15.800 millones en gastos serían transferidos a las regiones. La parte crucial es la participación regional en los ingresos fiscales. Un escenario mínimo estaría en línea con la posición socialista de que se transfiera a las regiones un máximo del 10% de los ingresos fiscales.
En el escenario tres, la parte de gastos transferidos sería la misma, pero la magnitud de la transferencia del impuesto sobre la renta sería mucho más grande -más en línea con la demanda de la NVA de una transferencia del 50%-.
¿Cuáles serían las consecuencias para la deuda pública y el déficit global en esos dos escenarios de transferencias? Estas preguntas casi nunca se han abordado en las negociaciones. El problema es que ambos escenarios son esencialmente insostenibles. Dependiendo de cuál sea el elegido, llegará un momento en que bien el Estado federal o bien las Administraciones regionales carecerán de recursos para cubrir sus gastos.
En el escenario dos, el presupuesto del Estado federal podría cubrir el servicio de la deuda y la seguridad social, pero el porcentaje de ingresos de las regiones sería demasiado pequeño para cubrir la nueva lista de responsabilidades.
En el escenario tres, el Estado federal podría ya no ser capaz de financiar sus obligaciones, a saber, el servicio de la deuda de Bélgica y garantizar la seguridad social para sus ciudadanos. Las perspectivas para la deuda pública no son tampoco alentadoras. La relación deuda pública/PIB podría estabilizarse en el escenario dos, pero es probable que aumente continuamente en el tercero. Este deterioro sería más pronunciado si el crecimiento económico es menor y los tipos de interés reales, mayores de lo previsto.
El escenario cuatro es la desintegración del país. Es difícil imaginar cómo los partidos podrían ponerse de acuerdo sobre la disolución completa, dado que todas las partes siguen teniendo interés en mantener el Estado y la opinión pública sigue sin tener apetito por este tipo de escenario extremo. Pero el clima político es muy sensible, por lo que esa hipótesis, por irracional que sea, no puede excluirse.
Una ruptura nunca puede ser el resultado de un acuerdo amistoso entre las regiones, y solo resulta pensable con algunos mediadores externos. Si hubiera un acuerdo de ruptura, es obvio que incluiría la delegación de todos los gastos y poderes fiscales a las regiones. Menos claro es qué pasaría con el legado de las deudas pendientes, incluida la deuda oculta en la seguridad social. Aquí algunas bases tendrían que ser acordadas sobre cómo compartir la carga.
Otra pregunta interesante es si Bélgica, tal como la conocemos, dejará de existir o subsistirá bajo una definición territorial diferente. Esto último significaría que una o dos regiones se separan y forman un nuevo Estado. Los francófonos sugirieron recientemente que Valonia y Bruselas deberían formar una nueva Bélgica, dejando a los flamencos decidir si desean o no separarse.
Sea cual sea el resultado final, será precedido por la inestabilidad política. Mientras tanto, los costes por intereses se elevarán, exasperando la negativa dinámica de la deuda de altos tipos de interés reales y bajo crecimiento económico.
Si Bélgica se encuentra cerca de sucumbir a una crisis de la deuda, dependerá de la hipótesis que los belgas terminen eligiendo. Cualquiera de los escenarios de la descentralización viene con un gran coste político, un gran coste financiero, o ambos. -
© Eurointelligence ASBL.
Susanne Mundschenk es directora ejecutiva de ASBL Eurointelligence.
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