La geopolítica de la recesión
La noticia de que China ha superado a Japón como la segunda economía más grande del mundo no ha cogido a nadie por sorpresa. Es la principal consecuencia geopolítica de la Gran Recesión de principios del siglo XXI, una que transmite tanto esperanza económica como miedo político.
En primer lugar, la buena noticia: la parte económica del asunto. La respuesta de China ante la crisis económica mundial es la principal razón por la que las turbulencias financieras derivadas de la catástrofe de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos no destruyeron por completo la economía mundial ni provocaron una repetición de la Gran Depresión de la década de los años treinta.
En un famoso análisis de la Gran Depresión, el historiador económico Charles Kindleberger sostenía que fue una consecuencia del fracaso del liderazgo mundial. Reino Unido había sido la potencia hegemónica del siglo XIX, pero su condición de acreedor se vio gravemente socavada por el coste de participar en la Primera Guerra Mundial.
Europa no es la única beneficiada del papel de China como 'prestamista de último recurso'
Estados Unidos salió de la guerra convertido en el acreedor más importante del mundo, pero tenía una vulnerabilidad doble: su sistema financiero era inestable y propenso al pánico, y su sistema político era inmaduro y proclive al populismo y al nativismo.
Según Kindleberger, Estados Unidos debería haber proporcionado durante la depresión un mercado abierto para los bienes extranjeros. En vez de eso, la Ley Aduanera Smoot-Hawley cerró los mercados estadounidenses e incitó a otros países a entrar en una espiral de represalias comerciales.
Las instituciones financieras de Estados Unidos deberían haber seguido concediendo préstamos a prestatarios en apuros para evitar una espiral en la que el racionamiento del crédito provocara una bajada de los precios y agravara la deflación mundial. Por el contrario, los bancos estadounidenses, a los que se suele culpar de la expansión internacional del crédito que precedió a la recesión, estaban tan intimidados y debilitados que el grifo de los préstamos estadounidenses se cerró.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Kindleberger -uno de los principales artífices del Plan Marshall- se propuso aplicar estas lecciones: Estados Unidos debía mantener abiertos sus mercados y el movimiento de fondos para apoyar a otros países.
¡Qué distinto parece el siglo XXI! Da la impresión de que los dirigentes de China son los alumnos aventajados de uno de los cursos de Kindleberger. A lo largo de la crisis, la economía china ha seguido creciendo a un ritmo asombroso, en parte como consecuencia de un estímulo fiscal masivo. Si alguien quiere un ejemplo sobre lo eficaz que puede ser la estrategia anticíclica de Keynes, tanto en el plano internacional como en el nacional, no tienen más que fijarse en el estímulo chino de cuatro billones de yuanes de 2008 y 2009.
Aparte de un periodo de seis meses después de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, en el que las transacciones financieras se frenaron en seco y parecía que el mundo sí que se acercaba a las circunstancias de la Gran Depresión, China y otros mercados emergentes contribuyeron a que se recuperaran aquellas economías industriales orientadas a la exportación. La sorprendente solidez de la economía alemana, con un crecimiento más fuerte que en cualquier momento de los últimos 15 años, se debe al dinamismo de la demanda de los mercados emergentes (sobre todo de China), y no solo de bienes de inversión, productos de ingeniería y máquinas herramientas, sino también de productos de consumo de lujo. Los productores de automóviles de gama alta de Alemania funcionan en estos momentos a pleno rendimiento.
China también siguió las lecciones financieras de Kindleberger. Por un momento dio la impresión de que una crisis contagiosa, impulsada por los temores a un endeudamiento público excesivo, iba a destruir el frágil compromiso político que los países europeos habían estado construyendo concienzudamente a lo largo de un periodo de 50 años. El punto de inflexión en el pánico europeo de esta primavera tuvo lugar cuando titulares importantes de divisas de reserva indicaron que veían la necesidad de que el euro fuera una alternativa al dólar, cada vez más problemático, y al yen, que es igual de vulnerable. China empezó a comprar bonos oficiales de la Unión Europea y un equipo chino compuesto por miembros de alto nivel incluso fue a Grecia a comprar activos reales por debajo de su precio.
Pero Europa no ha sido la única que se ha beneficiado de la disposición de China a asumir la responsabilidad de "prestamista de último recurso". El recién descubierto dinamismo de las economías africanas es una consecuencia de las iniciativas chinas para fortalecer y asegurar las fuentes de materias primas.
Pero el razonamiento de Kindleberger tiene una pega: Kindleberger, que era un hombre amable y bienintencionado, nunca llegó a entender que el mundo no esté totalmente agradecido al país que lo rescata. Lo de ser una potencia hegemónica es una tarea muy ingrata. Los efectos beneficiosos del compromiso de China con la economía mundial se sienten con más intensidad a medida que uno se aleja de China. En ese sentido, también hay un paralelismo con la historia de Estados Unidos, cuyo liderazgo se ha apreciado de forma mucho más positiva en Europa que en Canadá, México o Centroamérica.
No es de extrañar que el rival ideológico más importante y más fuerte de la forma de vida estadounidense no esté en la distante Europa o en Asia, sino en Cuba, a solo 145 kilómetros de la costa de Florida. Desde principios del siglo XXI, los mexicanos se han sentido angustiados y amenazados por la fuerza estadounidense. Y, de la misma forma, Taiwan y Vietnam tienen la impresión de que serán las primeras víctimas del gigante chino.
Las potencias hegemónicas nunca han sido muy queridas por sus vecinos. Pero Estados Unidos, de forma gradual aunque imperfecta, ha reforzado la confianza a través de las instituciones multilaterales. Los europeos lo hicieron mucho mejor al reconciliarse con sus vecinos tras la Segunda Guerra Mundial, en parte porque las condiciones malignas y funestas del dominio nazi hicieron necesario hablar del pasado en términos más relacionados con categorías morales que con la política de dominación.
En contraposición a la adopción del multilateralismo por parte de Estados Unidos o la búsqueda de reconciliación a través de una plétora de instituciones comunes por parte de Europa, la política de dominación es una parte importante del legado de Asia del siglo XXI. Para los dirigentes de China, el verdadero desafío será desarrollar una visión coherente del mundo que no intimide a los que están al otro lado de la frontera.
Harold James es catedrático de Historia y Asuntos Internacionales de la Universidad de Princeton y titular de la cátedra Marie Curie de Historia del Instituto Universitario Europeo de Florencia. Traducción de News Clips.
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