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Columna
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Con los ojos cerrados

Tomo cada día mi cruasán y mi café con leche en un bar muy frecuentado por currantes de la zona mientras doy un vistazo a la prensa y hago como si no existiera. Es la hora en la que la tele emite algo parecido a un avance informativo o algo así (no me entero mucho porque la tengo justo encima de la cabeza), aunque estoy más atento a los comentarios del resto de clientes: mecánicos de mono azul, empleados de reparación de empresas de seguros, algún que otro jubilado. No podría repetir ahora los calificativos que dedican a Rodríguez Zapatero, porque me acusarían de injurias, a Mariano Rajoy ni siquiera lo tienen en cuenta, y Cayo Lara es que se diría que no existe. Los catalanes son una pandilla de hijos de lo que el lector supone, y así todo lo demás. Lo mismo, o muy parecido, a lo que escucho en los autobuses urbanos, que también frecuento a sabiendas de que entre los pasajeros hay minigrupos de amigos o amigas de autobús que coinciden cada día en la parada, no sé si también en el destino: Zapatero, quién lo habría dicho, el pobre Camps y su calvario, Carmen Alborch sería una señoritinga disfrazada de aspirante a alcaldesa, etc. Escucho con los ojos semicerrados, como quien anda de mañana en lo suyo, para que no se note que escucho, y lo que oigo proviene de una multitud de acentos entrecruzados que denotan sin duda el origen y la actividad obrera de quienes con tanto desdén tratan a la izquierda, especialmente a los socialistas. Y me desespero. No es una encuesta, claro, pero lo que se dice en la calle, o en los autobuses, o en los bares, es preciso tenerlo en cuenta si no has hecho antes una selección previa y si los hablantes en esas circunstancias no sospechan que los escuchas con suma atención. Exactamente, la que merecen. Y sin grabaciones.

¿Cuándo se jodió Valencia, y por qué? Una persona del equipo de Carmen Alborch me mostró hace algún tiempo su alegre confianza en que iban a arrasar contra Rita Barberá en las pasadas elecciones municipales. El resultado fue la breve pero intensa desolación en la noche de Blanquerías. ¿A nadie se le ocurrió antes que la geganta fallera vestida por Francis Montesinos no iba a comerse una rosca con esas festivas actividades, que Rita Barberá es la emperatriz de las Fallas? ¿Tampoco nadie pensó que reunir a mil vecinos en El Cabanyal, o en Monteolivete, o donde fuera, no era argumento suficiente para ganar votos? ¿Ni que las visitas a mercados o mercadillos siempre ha sido cosa inútil de comadres? ¿Algún candidato serio, de entre los socialistas, a la alcaldía de Valencia o la presidencia de la Generalitat se ha preguntado seriamente por qué los valencianos les han vuelto la espalda de manera tan inequívoca como estruendosa? Seguro que sí, pero no parecen haber acertado en las respuestas. Unos y otros vienen y van, mientras Rita se mantiene y Francisco Camps se entretiene.

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