Calamaro, versión cálida y vulnerable
El artista argentino, cumplidor más que arrollador, ofrece un par de horas de repertorio sobrio y clásico en la primera de sus dos noches en La Riviera
Calamaro y su grupo desembarcaron anoche en Madrid envueltos en un signo de interrogación. ¿Nos encontraríamos al artista pletórico que nos deslumbró en 2005 con un concierto antológico en el Palacio de Deportes o con el divo disperso que describían las crónicas de hace unos días en Barcelona? Al final, ni una cosa ni la otra. Ofreció un par de horas de rock tan sobrio y clásico como el negro que vestía la estrella y toda su banda. Arrancó con Los divinos, contagioso primer single de On the rock, su álbum más reciente. Siguieron unos minutos del Jumpin' Jack Flash de los Stones que pronto mutó en la clásica El salmón, himno al espíritu kamikaze con cita explícita al fallecido Ángel Cristo.
El concierto subió un par de grados con baladas destempladas como Mi enfermedad y Carnaval de Brasil. Aun así, el voltaje era inferior al de su visita en 2009 en el Palacio de Congresos de la Castellana. ¿Sería culpa del tradicional sonido aguado de La Riviera? Probablemente. En todo caso, Calamaro se volcó en escena. A la media hora, aún no había soltado ningún discurso, pero ejercía de chamán psicodélico removiendo Nunca es igual con el Get up, stand up de Bob Marley.
Tal y como explicó en la prensa, esta gira trataba de abandonar la dinámica del "éxtasis total" (tocar solo las canciones más famosas) para armar un repertorio con espacio para caprichos y rarezas. Se pierde impacto, pero se gana intimidad. El público parecía contento con el trato. En general, el ritmo fue fluido, sin arengas ni parones, aunque piezas intensas como El día mundial de la mujer calentaban el ambiente en vez de quemarlo. Más entonada sonó Mi gin tonic, un precioso medio tiempo sobre los placeres tranquilos.
La cálida y cariñosa Tuyo siempre puso a la gente a bailar con ganas, primera explosión de espontaneidad. Luego el termómetro volvió a subir poco con Todavía una canción de amor, donde apareció el karaoke colectivo. Parte del público se quedó con ganas de más, así que remataron coreando el nombre del artista. Si hay que resumir en una frase el concierto, resultó más cumplidor que arrollador. Parecía un previsible encuentro entre amigos que se conocen y se quieren desde hace tres décadas.No hacían falta explicaciones ni discursos. Llevábamos una hora y -sorpresa- Calamaro solo habría abierto el pico para presentar a la banda. Parecía estar guardando fuerzas para Me envenenaste, canción dedicada a los camellos poco fiables. Seguramente al concierto le faltó sangre, se quedó en noche de buen vino suavito, lejos de quien temía pacharán adulterado o cerveza sin alcohol. ¿Hay aún posibilidades de comprar entradas para esta noche? A las nueve de ayer todavía quedaban en taquilla unas 50, aunque a estas alturas lo más probable es que hayan volado.
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