Viaje al centro de sí mismo
Cuando se hayan desvanecido los restos de nuestra egolatría nacional, ese amasijo de presunciones tan arrogantes como amargas, se comprenderá mejor la excepcionalidad de un libro que ha sido escrito lejos del influjo de la España saturnal. Distanciado por carácter de las furiosas polémicas mediáticas, exento del tributo intelectual ofrecido a los clanes dominantes, libre de la pasión fratricida que tanto consuelo procura a combatientes y tertulianos, el escritor y filósofo Rafael Argullol ha elaborado una majestuosa evocación literaria con el único yo digno de tal nombre.
Es probable que las 1.200 páginas de Visión desde el fondo del mar sean leídas como la recapitulación autobiográfica de un autor especialmente dotado para recordar los momentos más significativos de su intensa y prolífica existencia. Pero en lugar de apuntalar la estampa social del ego imaginario -como intenta siempre ese memorialismo hecho de embarazosas omisiones- el libro de Argullol relata con gran riqueza de detalle un viaje emprendido hacia el más revelador centro de sí mismo.
Argullol ha elaborado una majestuosa evocación literaria con el único yo digno de tal nombre
En esta pródiga memoria, los lugares visitados, los hombres conocidos, las imágenes atisbadas, los pensamientos concebidos, las palabras en algún momento pronunciadas y los sueños recordados emergen con fuerza inusitada. Pero la mirada que los rescata del pasado no solo es uno de los ejercicios de introspección más lúcidos a los que tendremos acceso. El testimonio del cosmopolita ilustrado se transforma a lo largo y ancho del libro, mientras recorre desiertos, selvas, ciudades y algún que otro infierno, en una conmovedora lección existencial.
Al lector le resultará extraña la sensación de familiaridad que muy pronto le inspiran los afectos del autor y se preguntará cómo podría admirar el subyugante relato de su intimidad sin confundirla con la suya propia. La narrativa de Argullol lo consigue con una maestría tan apacible como el tono elegido para implicarnos en su descarnado ejercicio de interrogación. Pues en vez de abandonarse a la desesperada indulgencia del género biográfico, al enmascarado elogio del sí mismo que rige muchos de estos ejercicios, el autor rescata los recuerdos de una existencia fascinada desde la primera infancia con los displicentes enigmas del ser.
La atención prestada al más sutil de los rumores ocultos en el olvido, la minuciosa observación de los rostros desdibujados en una fotografía, el retorno inesperado de una frase dicha en una remota velada familiar o constatar de repente la influencia que una inocente lectura juvenil tuvo en el rumbo posterior de su vida, le permite tratar a los sueños, a las visiones y a las imágenes fugaces, con el mismo respeto que dedicamos a las grandes gestas históricas.
Las reflexiones y relatos del libro han sido urdidos por una voz literaria inconfundible y retratan fielmente la determinación de un autor dispuesto a descifrar las marcas que el paso del tiempo ha dejado en su piel. La conversación accidental con un desconocido, la aparición de seres convertidos por azar en el oráculo de una poderosa premonición, la compañía de una entrañable hermandad de sombras (el Pordiosero, el Caminante, el Benevolente, el Recordador, el Gran Negador...), el paisaje iluminado por el destello de un pensamiento repentino, las mujeres reconocidas como la encarnación de una perecedera y eterna vestal, la amistad revisitada como el más noble de los deberes sagrados, esbozan la personalidad de un hombre absorbido por las dimensiones menos tangibles pero más evidentes de la realidad.
A menudo, mientras prolonga sus imprescindibles meditaciones sobre la anomalía cósmica del nacer, Argullol se pregunta qué debe hacer con un libro cuya agotadora tarea amenaza con dejarlo exhausto en medio de su ensoñación. Reiteradamente concluye que la escritura será el pasaje clarividente de su espíritu y que gracias a su intransigente urgencia podrá aprender algo de lo que significa mirar el mundo.
Es a esta renovadora mirada sobre la condición humana a la que debemos prestar atención si queremos captar en toda su amplitud el significado que una memoria detallista ha encontrado en el fondo de sí misma: los secretos vínculos de una identidad que trasciende los límites del cuerpo, el diálogo entablado con los mil nombres de la muerte, el impenetrable origen del dolor, pero también la amable deuda contraída con los padres, los hermanos y amigos encontrados en el largo tránsito de una vida vivida sin temor a las consecuencias de vivir.
El lector cabal de las Visiones se sentirá interpelado a emprender el mismo camino de indagación, a guardarse de la trinidad maligna que atenaza al corazón del hombre -Codicia, Hechizo y Sumisión-, y no serán pocas las ocasiones en que lamente con el autor las imposturas que el libro deja al descubierto. Pero sobre todo le conmoverá ver dibujada la trayectoria vital de un hombre con tan elegante expresión de fuerza, inteligencia y ternura.
Basilio Baltasar es director de la Fundación Santillana.
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