Héroes con coraza
Nadal, Federer y Djokovic reflexionan sobre la presión a los campeones
"Quiero despertarme en esa ciudad que nunca duerme para encontrarme con que soy el rey de la colina (...). Si lo puedo conseguir aquí, podré conseguirlo en cualquier sitio". Las letras plateadas de New York, New York, la canción que popularizó Frank Sinatra, reciben a los tenistas en gigantescas palabras clavadas en el arco de entrada del club. La frase provoca reacciones opuestas dependiendo de los jugadores.
En la ciudad que nunca duerme, en el Abierto de Estados Unidos, ya solo quedan los mejores del circuito. Ahí está el suizo Roger Federer, que se enfrentará en los cuartos de final al sueco Robin Soderling tras derrotar (6-3, 7-6 y 6-3) al austriaco Melzer. Ahí está Rafael Nadal, enfrentado la pasada madrugada con Feliciano López por un sitio en esa ronda. Y ahí están Fernando Verdasco y David Ferrer, luchando por avanzar.
En Nueva York, donde ayer dejó de jugar Tommy Robredo (5-7, 2-6, 6-4 y 4-6 ante el ruso Youzhny), todos quieren ser reyes de la colina, emperadores en la Gran Manzana. Cada uno, sin embargo, ataca el reto desde una perspectiva. Están los veteranos que conocen cada esquina del juego y sienten la presión de las expectativas. Están los jóvenes que llegan por primera vez a este punto del torneo, como el francés Gael Monfils, que se siente listo para todo, libre como el viento, tranquilo como nunca, porque de él nadie espera nada. Y está, sobre todos, el hombre que quizás cargue la piedra más pesada: Nadal, que busca su primera final en Nueva York y el único grande que le falta.
"Soy el líder, el hombre,", dice Monfils, Pantera que le dicen en el vestuario. "Cualquier tiro del rival no es nada para mí porque él tiembla, es débil. Intento demostrarle que soy fuerte, que soy duro", cuenta tras clasificarse para los cuartos. Así habla Monfils, palabras fieras que nacen de la inconsciencia, de la inocencia del nuevo, del que no tiene experiencia. "Cuando tenía 19 años, no daba importancia a la presión, a nada. No sabía qué era la presión, qué eran la expectativas", argumenta el serbio Novak Djokovic, el número tres; "el tenis era simplemente darle a la pelota, ser muy agresivo, abierto de mente. Muchos de nosotros desearíamos tener esa actitud en la pista, no pensar en otras cosas, en factores externos".
"Desde que empiezas tu carrera", coincide Nadal, "siempre pierdes algo. Quizás, por ejemplo, algo de inspiración y frescura. Por eso tienes que trabajar en otras cosas. Si por una parte pierdes eso, en otra parte tienes que mejorar. Así es". El problema, peso de todas las miradas sobre los hombros, también lo tiene Federer: "Siempre siento que los focos están sobre mí, independientemente de cómo esté jugando. Me reconocen más que nunca. El público es fantástico conmigo, sea cual sea mi ranking".
La historia se olvidará de las soflamas de Monfils, los libros no guardarán sus palabras. Otra cosa pasará con Federer y Nadal, dos campeones bailando al son de la letra que cantaba Sinatra.
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