La sostenibilidad entra en el diccionario
La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo. Esta frase, atribuida a Alan Kay, viene al caso para dar la bienvenida al término "sostenibilidad", que será incluido en la próxima edición del Diccionario de la Real Academia Española.
Su origen se sitúa a principios de los años ochenta, cuando la Asamblea de Naciones Unidas encarga a la que ya por entonces era ex primera ministra noruega -lo fue en tres ocasiones-, la doctora Gro Harlem Brundtland, la elaboración de un informe sobre las consecuencias del deterioro ambiental del planeta. Cuando, en 1987, vieron la luz las conclusiones con el título Nuestro futuro común, estas incluían como principal aportación "la necesidad de promover de forma urgente un cambio en los patrones de producción y consumo capaz de satisfacer las necesidades de las generaciones actuales, sin poner en peligro que las futuras generaciones pudieran satisfacer las suyas", quedando así solemnemente definido el concepto "desarrollo sostenible".
Como juzgamos primitivos comportamientos pasados, la historia será severa con la forma de vida actual
Lo relevante del hecho, a mi juicio, reside en que tras el término reposa quizá una de las ideas más interesantes y transformadoras del pensamiento contemporáneo: la incorporación de la solidaridad intergeneracional como elemento del desarrollo. Al igual que la igualdad jurídica configuró la sociedad de derecho que hoy vivimos, el concepto sostenible bien pudiera servir de catalizador de una nueva equidad que permita la prosperidad favoreciendo el acceso a los derechos y la conservación del planeta. Una pieza que sin duda faltaría en la praxis de la economía de mercado y que lo dotaría de una longevidad comprometida cada día más por el carácter finito de la Tierra.
Veintitrés años después, hay pocos términos que puedan concitar mayor consenso en las convenciones, normas o leyes que hoy se elaboran de oriente a occidente. Pero al igual que es patente su presencia, lo es la dificultad de su aplicación. Es más fácil toparse con el envoltorio que con aquello que podríamos estar de acuerdo en nombrar como práctica.
Para que un concepto triunfe es muy importante que sea sexy, sencillo y elocuente por sí mismo, y el término sostenibilidad no lo es. Pero además tiene en contra el propio genoma que nos invita a comer y correr sin esperar a nadie, ni a nada más.
Sin embargo, todo apunta a que la historia será severa con nuestra actual forma de vida, al igual que nosotros juzgamos como primitivos comportamientos del pasado. Nuestros nietos preguntarán cómo, conociendo las consecuencias, podíamos transportarnos o generar energía con máquinas tan ineficientes, consumir la misma agua para beber que para regar el césped, destruir bosques centenarios para colocar el suelo de nuestra casa o, lo que es peor, hacer una barbacoa, enladrillar la costa o simplemente generar semanalmente residuos por el peso equivalente a nuestro cuerpo. También se preguntarán como podíamos consentir que se explotaran personas para tener más camisetas o electrodomésticos, que la vida valiera tan poco en tantas partes del mundo o que la corrupción equivaliese a entre el 20% y el 40% de la ayuda oficial al desarrollo.
Cambiar no es sencillo. La velocidad del crecimiento de la economía global, pese a la crisis, es tan importante que tendremos que acelerar sin duda la innovación tecnológica para alejar el fantasma de Malthus, que predijo la carestía en la sociedad dado que las personas se reproducen más rápido que los alimentos, al mismo tiempo que precisaremos de innovaciones sociales. Volver a pensar en qué es realmente importante, qué significa el éxito, cómo se diseñan los incentivos para lograrlo o cuál es el plazo para evaluarlos.
Nos encontramos seguramente al principio del cambio. Las resistencias son muchas y las certidumbres pocas. No será una revolución, sino una evolución que nos lleve a un futuro próximo que sabemos o intuimos que será muy diferente del pasado. Siendo optimistas, quizá se trate de un grado más en el avance de la civilización que nos lleva a modelos más y mejor fundamentados en la prosperidad que en el crecimiento. Más en la felicidad que en el PIB. Pero en cualquier caso, volviendo a la frase de Kay, la mejor forma de saber la sociedad que tendremos sería inventándola. Al parecer ya hemos comenzado, la hemos incluido en el diccionario.
José Luis Blasco es socio responsable de Global Sustainability Services de KPMG en España.
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