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me cago en mis viejos III

DIECISÉIS

Es por la tarde. Estoy en la clase del taller literario, pensando aún en el suceso de la invisibilidad. Ahora daría cualquier cosa por vivir de nuevo la experiencia. Lo primero, si volviera a ocurrirme, es mantener la calma para explorar las posibilidades de ese estado. Después, averiguar los resortes para ir del mundo visible al invisible y viceversa. En esto, el profe dice algo que me llama la atención y vuelvo a la realidad. Está hablando de un tipo de narrador que ve todo lo que ocurre en la novela sin ser visto por ninguno de sus personajes. Coge un libro de encima de la mesa y lee las primeras líneas: "Érase un hombre llamado Albinus, que vivía en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre".

El profe habla de un tipo de narrador que ve lo que ocurre sin ser visto por ningún personaje
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El profe deja de leer. Nos mira como el que está a punto de revelar un secreto. Fijaos, dice, hay alguien que nos cuenta la vida del protagonista de esta historia, llamado Albinus, sin que Albinus escuche su voz, pues ni siquiera conoce su existencia. El narrador y Albinus, continúa el profe, viven los dos dentro del mismo libro, pero no se relacionan, no se hablan, no comen juntos ni en Navidad. ¿Por qué? Porque el narrador es invisible para Albinus.

¡¡Joder, la situación del narrador en la novela se parece a la mía dentro de la vida!! Estoy dentro de la realidad pero al mismo tiempo fuera de ella, vivo en la realidad sin formar parte de su argumento. Me muevo por las calles como por las páginas de un libro de cuyas aventuras no participo. Toda la peña va o viene de algún sitio. Todos pertenecen a algo. Todos forman parte de la historia. Yo no, yo la cuento, a veces ni eso.

El descubrimiento me provoca una especie de pálida como la que precedió al episodio de la invisibilidad. Tengo ganas de potar, así que me levanto sin hacer ruido y me dirijo al cuarto de baño. Cierro la puerta, paso el pestillo, me acerco al lavabo, me apoyo en sus bordes y espero, frente al espejo, a ver qué ocurre. No ocurre nada. Bebo a morro un poco de agua, vuelvo a clase y ocupo mi sitio. Ha entrado Carlos Cay sin que nadie lo vea.

EDUARDO ESTRADA

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