¡Vámonos al centro (comercial)!
Por fin sábado, que dirían los cursis del Facebook. ¡Vamos, chicos, que nos vamos, que nos vamos al centro! Al centro comercial, por supuesto. Las llevo todas. La tarjeta de fidelización de la Fnac, la del Vips, la del Carrefour, la de Cepsa, la del Decatlón, la de los multicines. Y las cartas mayores: Mastercard y Visa. Y la 4B y la Servired por si hace falta cash. Tarjetas, las señas de identidad del hombre moderno, la prueba viva de la evolución: del homo sapiens al homo consumus.
El hábitat de esa nueva especie son los centros comerciales, las selvas del consumismo. Y mi pasión. Me tengo trilladas todas las nacionales y las circunvalaciones en 25 kilómetros a la redonda. Los he visitado todos. Otros coleccionan fotos de países, monumentos o cataratas. A mí me chifla sacar los tiques de compra de la cartera y recordar todas las tiendas en las que entré y disfruté. Aquí no falta de nada. Se compra, se come, se bebe, se juega. ¿Hay plan mejor para un sábado?
Son la prueba viva de la evolución: del 'homo sapiens' al 'homo consumus'
Dan lecciones de capitalismo en vena: desear es gratis; todo lo demás, no
El 2 X 1 juega con los peores sentimientos: la ambición y la envidia
¿Cómo resistirse a un kit de soldadura de arco por solo 123 euros?
¿Fin de semana romántico en París? Ja, ja, me río yo del romanticismo. Aguantar al taxista, que o es del Madrid o escucha la Cope, dos horitas de delayed en el aeropuerto con permiso de los controladores, colas para facturar, para pasar la seguridad, para subir al avión, para bajar del avión, para recoger el equipaje, para coger un taxi en Orly, que seguro que el taxista resulta de Burgos y también es del Madrid, y escucha los podcast de la Cope, cola para el check in en el hotel. Y para la vuelta, la viceversa.
Si le restas todas las esperas, las demoras y los ires y venires, ¿qué te queda de tu finde pour l'amour? Pues una foto lejana del Arco del Triunfo, un helado a los pies de la Torre Eiffel porque el ascensor estaba taponado por una excursión de chinos, ascenso y descenso a Montmartre echando el bofe, y el cóctel de gambas congeladas de la cenita del Bateaux por el Sena. Total: 1.100 euros por barba. ¡Ni te imaginas lo que se puede hacer con ese presupuesto en el centro comercial!
Y cómo disfrutan los chavales, cómo se les iluminan los ojos en este bazar polifuncional, pensando en todo lo que pueden llevarse a casa: las Converse, el Dead Space 2, las Oakley de sol o la última de Desigual. De acuerdo. En la mayor parte de las ocasiones no ven colmado ni el 0,1% de sus deseos, pero ahí precisamente esta la enseñanza, la lección más útil para su futuro: sin peculio no hay disfrute o, más paladinamente, sin pasta no hay tu tía.
Ahora en las escuelas a los jóvenes les llenan las cabezas de cometas, de idealismos orientales, de filosofías de mundos de Yupi. Pero cuando salen del instituto o de la facultad se dan cuenta de que la ONG planetaria en la que pensaban que vivían no es sino la misma jungla originaria de la que les hablaron sus padres y sus abuelos, y en la que rige la ley del más rico con mayor infalibilidad que nunca.
En cambio, en el centro comercial reciben lecciones de capitalismo en vena. Desear es gratis; todo lo demás, no. Entran en el Decatlón con el convencimiento de que saldrán montados en la bici trial enduro, marca Acme, con doble suspensión y frenos de disco, y salen con una bomba de mano para hinchar ruedas. Prueban en el PC City el último netbook ultraplano con tarjeta gráfica NVDIA multiorgásmica y procesador neutrino de tres terahercios, y se van con una alfombrilla ergonómica para ratones de zurdo.
Este universo comercial tiene también su ciencia. Se llama mercadotecnia y es tan influyente para nuestras vidas como la mecánica clásica. El Newton de la mercadotecnia es el que descubrió el 2x1
posteriormente mejorado por el 3x2). De una idea aparentemente disparatada o propia de rateros -la de que compres dos artículos y solo pagues uno- supo extraer una de las fórmulas más exitosas del comercio moderno. El 2x1 juega con nuestros peores sentimientos: la ambición y la envidia ¿Cómo voy a comprar solo un kilo de lentejas de la Armuña aunque no las gaste en dos años, sabiendo que mi vecino, que sufre familia numerosa, cogerá dos y le costara lo mismo? Nada, nada: 2x1 de lentejas, 2x1 de canela líquida para flanes chinos y 2x1 de miel de tomillo, ni que tenga que coger mil resfriados para gastarla.
El 2x1 es la sublimación de la oferta clásica, la del "Antes a 450 euros, ahora a 449,99". Yo apenas opongo ya resistencia a las ofertas. Los genios de la mercadotecnia las alinean en el pasillo central, en la cabecera de cada sección para que piques. Y vaya que si picas. ¿Cómo resistirte a 32 bombillas de bajo consumo modelo candela por 25 euros o un kit de soldadura de arco por solo 123 euros?
No soy el único que no me resisto. Una vez me contuve por pudor ante un ofertón de motosierra. Al cabo de un mes, en casi todas las terrazas de mi barrio colgaba una motosierra. ¡Coño, parecía el vecindario de la matanza de Tejas!
Qué gozo el centro comercial. El próximo fin de semana vuelvo. Con las listas actualizadas: la del Ikea, la del Hipercor, la de Leroy Merlín. Todo apuntadito y en cuadrícula para no salirse de presupuesto. Pero con la misma ilusión del primer día, de pensar que todo está al alcance de nuestras manos aunque esté tan lejos de nuestros bolsillos. Ahí esta la gracia. Y el dilema del hombre nuevo.
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