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TORMENTAS PERFECTAS | OPINIÓN
Columna
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Una temporada de sentencias

Lluís Bassets

En un año han caído tres sentencias en relación con el concepto de soberanía en Europa. En julio de 2009, el Constitucional alemán sentenció que el Tratado de Lisboa era compatible con la Constitución alemana. El 28 de junio de 2010, el mismo tribunal español ha declarado constitucional el grueso del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, aunque tocó 14 artículos e interpretó 27 más. Esta semana, la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas ha decidido que la declaración de independencia de Kosovo no viola el derecho internacional, tampoco la resolución 1244 del Consejo de Seguridad por la que la ONU se hace cargo de la administración provisional del territorio y ni siquiera el marco constitucional yugoslavo.

La sentencia del Tribunal Constitucional alemán sobre el Tratado de Lisboa evitó la contradicción con el Parlamento, pero reivindicó su función como guardián del texto fundacional para sucesivas cesiones de soberanía a la Unión Europea. Esta advertencia ya ha funcionado ahora, cuando Alemania ha rechazado convertir en permanente el mecanismo financiero para auxiliar a los socios en peligro de quiebra.

La sentencia del Constitucional español corrige la decisión de tres cámaras parlamentarias, la catalana y las dos españolas, y la ratificación en consulta popular a los ciudadanos de Cataluña. Sus consideraciones sobre el preámbulo, donde Cataluña se reivindica como nación con derechos históricos propios, no ofrece dudas sobre el énfasis de los jueces: en cuestión de soberanía solo hay una, la de la nación española, y solo hay un intérprete, por encima de cualquier parlamento y cualquier cuerpo electoral, el propio Tribunal Constitucional.

La Corte Internacional de la ONU, solo a título consultivo, ha despejado el camino para el futuro de Kosovo, quitando la razón a Serbia y sus amigos, España entre otros, y también a los países del grupo de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que no admiten bromas posnacionales con la soberanía ahora que la suya empieza a contar en la escena internacional.

En cuestión de soberanías, las mejores temporadas suelen ser las de los arbitrajes, las sentencias y el derecho. Son las que alejan la eventualidad de las otras temporadas, las del horror. La materia lo requiere. Quizá no hay otra más sensible, sobre todo en un mundo en transición, que evoluciona no sin contradicciones y retrocesos desde los mapamundis de Estados nacionales soberanos, que se consideran a sí mismos sujetos libres e iguales en las relaciones internacionales y cuidan de la integridad territorial como su más preciado tesoro, hacia otro mundo de perfiles todavía difusos en el que las fronteras se desvanecen, las soberanías se diluyen y solapan, y acentúan sus perfiles las identidades culturales y religiosas frente a la uniformización que impone la economía globalizada.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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