Las gaviotas

Regodearse con los más marinos paisajes de nuestra costa bien merece una excursión hasta el cabo de la Nao. Lo escarpado de la costa, la vegetación agreste y un suelo donde la roca se enseñorea merecen nuestra atención, y más aún si podemos, después de solazar la vista, encontrar un lugar donde reposar los cuerpos y satisfacer el apetito.

El restaurante ubicado en tan privilegiado lugar podría haber limitado sus aspiraciones a figurar como merendero reconocido por su situación, pero en vez de esa actitud ha pretendido, y logrado, que las comidas que en él se realicen no solo se recuerden por el continente sino también por el contenido.

Los reconocibles entrantes: las salazones o el pulpo seco; las ensaladas, pensadas y trabajadas, con tomate de calidad y lascas de bacalao inglés, mínimamente desalado, para que el contraste con el vegetal sea el apropiado; aquella otra, acompañada de berberechos -lástima que el pequeño tamaño de algunos de ellos desluzca una brillante idea-, y sobre todo los mínimos pulpos, guisados con una caramelizada cebolla y larga ración de pimienta, invitan a recordarlos mucho tiempo después.

Como platos principales carnes y pescados, asados y en clásicos guisos; o los arroces, caldosos y variados, de boquerones y espinacas, o de langosta y rape, entre los que destaca la novedad del que une las gambas y el cabracho, seco y ajustado de cocción.

Como complementos dignos de reseñar una bodega con aspiraciones y muy ajustados precios, y la sin par terraza donde tomar el sol, la sombra, el café, la copa o el puro, acompañados por la inestimable presencia de algunas gaviotas que se encuentran, estas sí, como en su casa.