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Reportaje:

Se mira (rápido) pero no se toca

Miles de aficionados hacen cola para sacarse una foto fugaz junto a la réplica de la Copa del Mundo

Pablo de Llano Neira

"Las líneas surgen de la base y se elevan en espirales hasta encontrarse con el mundo. De estas excepcionales tensiones dinámicas que se producen en el cuerpo compacto de la escultura brotan las figuras de dos atletas en el momento culminante de la victoria".

La descripción que hizo de su obra Silvio Gazzaniga, el escultor de la Copa del Mundo en los años setenta, fue solemne, de un corte más fino, más conceptual que la bienvenida que daba ayer una azafata a los aficionados ante la réplica del trofeo que ganó la selección española.

-Venga por favor, señora, vaya pasando.

-Siguiente persona.

-La cámara, ¿tiene preparada la cámara?

La gente, sin rechistar, pasaba, se hacía la foto y se iba enseguida para dejar sitio al que viniese después. Algunos intentaban que tuviese un detallito con ellos, pero chocaban con la estricta mecánica de la visita.

Una azafata metía prisa a la gente para que se hiciese la instantánea
El quid del asunto eran las cámaras, donde quedaba la prueba del hito

-¿Podemos hacernos una foto cada uno y luego los dos juntos?

-No, no, es por grupo.

Había que hacerlo todo rápido. La Federación Española de Fútbol llevó la réplica de la Copa del Mundo a la Real Casa de Correos, sede central de la Comunidad de Madrid, donde seguirá hoy, último día, y se formó una cola notable delante de la entrada, en el costado izquierdo del edificio, que se alargaba unos 150 metros por las callejuelas traseras.

Entre las nueve y media de la mañana y las ocho y media de la tarde pasaron aprisa 7.000 personas aún apasionadas por un acontecimiento del que a estas alturas no queda ni rastro en las calles. A unos metros de la cola, en la Puerta del Sol, nada más se veía una pista de lo que ocurrió hace 12 días: un cinturón de cuero atado a la pezuña izquierda del caballo de la estatua de Carlos III, a unos cinco metros, tan alta llegó la euforia.

Se tardaba una hora en entrar para ver en el patio interior la joya de la corona, o la copia de la joya, más bien, porque la FIFA es propietaria en exclusiva del trofeo original. La buena, la que levantó Iker Casillas el 11 de julio en Johannesburgo, pesa seis kilos, buena parte de ellos (cinco) oro de 18 quilates; la menos buena, por ser delicados, es de latón bañado en oro. Hasta parece más achaparrada vista de cerca, pero puede que esto se deba a que cuando se ve una imagen de futbolistas subiendo esta copa se tienda a estilizarlo todo, sobre todo, si son de tu selección.

Un niño de 14 años se ofreció a contar las diferencias entre las dos copas. Álvaro Sánchez hablaba con gravedad, consciente de la importancia del momento: "Como ya sabes, es una réplica con una fina capa de oro. Esta pesa cuatro kilos; la otra seis, pero es la que nos quedamos nosotros". Lo sabía todo el chaval. "Es que yo soy español, y esas cosas se deben saber", decía con aplomo, tan cachazudo como Vicente del Bosque en una rueda de prensa.

Pero allí no se estaba para medir la pureza de la copa, encerrada en una vitrina de metacrilato, ni para observarla con detenimiento, sino para posar, ponerse al ladito de la copa, sonreír (algunos hacían un gesto sobrepasado por las circunstancias: "Yo aquí, Dios mío, con la Copa del Mundo...), sacarse la foto y luego, fuera de la cola, pararse a mirar la imagen. Y es que en realidad nadie miraba la copa, sino la copia de la copia, es decir, la imagen que acababan de lograr en un proceso de posado y foto veloz.

Ay, pero qué pasaba cuando uno no quedaba contento con el resultado...

-"Oiga, que me ha cortado los pies, ¿me puede hacer otra foto?", le dijo un aficionado al chico que cogía las cámaras de la gente y los fotografiaba.

-"Caballero, lo importante es la copa", le respondió el fotógrafo, que luego se quedó mascullando, después de tirar su milésima foto: "Que me ha cortao los pies, que me ha cortao los pies...".

La ceremonia se basaba en la foto, pero había otra actividad que a la gente le llamó bastante, firmar en un libro de agradecimiento a los futbolistas y decirles todo lo que uno quisiera decir y no puede, porque los chicos ya están lejos, cada uno en su pedacito de playa. "Siempre con España desde Ecuador", se leía en una firma; "Quiero salir de fiesta con vosotros", en otra, acompañada de un número de teléfono.

Una de las leyendas era formal y agradecida de corazón, tan sentida... "Gracias España por traer la Copa del Mundo de parte de toda mi familia Molocho Arango. Especial de mi padre Alejandro, hermano Luis Alberto y de mi sobrino, Luis Alonso Molocho Aponte".

SAMUEL SÁNCHEZ
Cola de espera para entrar a ver la réplica de la Copa del Mundo en la parte trasera de la Real Casa de Correos.
Cola de espera para entrar a ver la réplica de la Copa del Mundo en la parte trasera de la Real Casa de Correos.SAMUEL SÁNCHEZ

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