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Los grandes de la guitarra comparten secretos en Córdoba

La verdadera esencia del Festival de la Guitarra de Córdoba no radica sólo en los conciertos, sino en su espíritu didáctico. Cuando, hace 30 años, el guitarrista cordobés Paco Peña tuvo la idea de celebrar un encuentro dedicado al instrumento pensó, sobre todo, en compartir conocimientos, debatir y enseñar. Así nacieron los cursos del festival. Este año, hasta el 25 de julio, hay 320 estudiantes españoles y extranjeros.

Uno de los profesores es el guitarrista clásico David Russell (Glasgow, 1953), uno de los intérpretes más reconocidos internacionalmente y que ha recibido, entre otros galardones, un Grammy por su disco Aire latino, en 2005. "En las clases intento dar inspiración, información y educación. Trato de compartir con los alumnos mi expresión de la música", comenta en un descanso, mientras toma un tentempié en la cafetería del Palacio de Congresos de Córdoba. A pocos metros, Manolo Sanlúcar abandona un segundo su guitarra flamenca para hacer lo mismo. Sanlúcar es otro de los ilustres maestros que cada año repiten en Córdoba.

Las clases con cada profesor se concentran en unos tres días, lo que supone impartir sesiones intensivas que ocupan toda la mañana. "Los alumnos suelen traer una obra ya preparada. Nosotros les aconsejamos qué es lo que pueden solucionar en cuanto a técnica, expresión o interpretación según el estilo de la época", prosigue Russell. Debido al limitado tiempo disponible, cada alumno tiene sólo una oportunidad de tocar y de recibir las orientaciones de Russell. Pero las lecciones se desarrollan delante del resto y así todos terminan beneficiándose de los apuntes que realiza el profesor.

De vuelta en el aula, es el turno de la levantina Irene Laguna, de 28 años. Tras estudiar 14 años de guitarra, ahora imparte clases en el Conservatorio Municipal de Moncada (Valencia). Irene llega a Córdoba con Nocturno rêviere, de Giulio Regondi (1822-1872), en la punta de sus dedos. Y comienza a tocar. La obra romántica es de gran dificultad, con cambios de ritmo que dificultan la interpretación, como reconoce Russell. En seguida, el británico empieza a detectar virtudes y problemas de la interpretación. "Esta obra hay que interpretarla casi con cierto sentido del caos, tocarla con sentimiento, con continuidad", explica Russell. Irene termina su clase. En su cara se refleja el cansancio y la tensión. "Pero merece la pena. Te sirve para todo el año. El verano pasado ya vine y éste he repetido", confiesa la alumna.

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