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Ni contigo ni sin ti

HUMILDAD

Carlos E. Cué

Nunca es tarde para una cura de humildad. Pero esta es demasiado brutal. Ustedes no me conocen, ni falta que les hace, pero uno se dedica a un oficio particular: consiste en meter el dedo en el ojo de la gente. Nada que ver con la medicina. Se trata de periodismo. Y esa gente son los políticos. Nosotros nos dedicamos a contar sobre todo lo que hacen mal, que es mucho y variado. Para lo demás ellos tienen otros mecanismos, propaganda y esas cosas. Por eso, porque tocamos las narices, para este oficio las curas de humildad no es que sean necesarias, es que están prescritas.

Claro que si ese tratamiento incluye descubrir a los 36 años que no sabes hacer la o con un canuto, la cosa se complica. Me quedan unas pocas horas, días como mucho, para ser padre primerizo, y por si fuera poco estreno esta columnita. Y sí, las palabras pánico y humildad ocupan buena parte de mi cabeza estos días. No crean, la sensación de ignorancia supina no es ajena a ningún periodista, porque casi siempre estamos con alguien, la fuente, que sabe mucho más que nosotros del asunto a tratar. Eso enriquece, pero a veces machaca la autoestima.

Para nosotros, los periodistas políticos, las cosas son algo distintas. Nuestras fuentes están casi en igualdad de condiciones. Mínimas, se entiende. Hace poco, en esos confesionarios que son los pasillos del Congreso, un diputado contaba que a veces, cuando se ponen a hacer las enmiendas de leyes importantes, les entra el pánico. Como los periodistas, los políticos saltan de tema en tema en función de la actualidad. A veces, confesaba el diputado, se dan cuenta de que en realidad no tienen ni idea de algo, así que… improvisan. "Estamos ahí, rodeados de propuestas técnicas muy elaboradas, y nos miramos con ganas de salir huyendo".

En política nadie se fía de nadie. Alrededor de cada partido hay mucha gente elaborando informes, pero las decisiones las toman unos pocos, muy pocos. Por suerte, al final hay muchos filtros, como pasa en los periódicos, y las cosas salen razonablemente bien. Por eso se tarda tanto en sacar las leyes, y por eso los periodistas vuelven a casa de madrugada. Es por los filtros, no sean malpensados, que pensar mal es nuestro oficio. Y no es perfecto, pero es casi tan imprescindible como la política, siempre que uno esté dispuesto a comerse de vez en cuando un humble pie —"pastel de la humildad"— como el que Miriam González, polémica consejera de Acciona y esposa de Nick Clegg, ha recetado a The Times por culpar a Sara Carbonero de la primera y única derrota de España en el Mundial. El mío ya está en el horno.

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