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Reportaje:BARRIOS / Beniferri

La antena, el obispo y la curandera

Las alquerías, las historias y los 'bungalós' confluyen en la pedanía valenciana

Pablo Ferri

¿Cómo que usted cura? "Sí, curo, hago así [mueve las manos como asiendo un tobillo] y curo. Una vez vino el futbolista ese, ¿cómo se llama?, ese que jugaba en el Valencia, [Ricardo] Arias".

La señora Felicidad Conejo, esposa de Hilario Sancho, vive en la pedanía valenciana de Beniferri, en un caserón antiguo con corral y perdices y una parra centenaria que plantó el abuelo de su marido. "Mi mujer tiene una carga eléctrica superior a la de los demás", arguye el señor Hilario, "se frota las manos con alcohol para limpiar los poros de grasa y las pone donde duele, así la electricidad fluye mejor". La casa de esta pareja octogenaria es una de las pocas alquerías antiguas del poblado. A escasos metros, decenas de bungalós y fincas de nueva planta conforman el nuevo Beniferri, con su cancha de césped artificial, su biblioteca, su centro de mayores y una antena quijotesca de telefonía móvil asentada sobre un bloque de oficinas de Telefónica.

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Una comunidad de nuevos vecinos mantiene un litigio con el Ayuntamiento de Valencia para que retire el complejo telefónico, pero los años pasan y la antena sigue allí. A escasos 100 metros hay una escoleta infantil. "El Ayuntamiento debía quitar la antena, pues esa era su intención hasta que pactó con la compañía", alega José Roca, abogado de los vecinos. "Ahora hace como que quiere, pero en realidad multa a Telefónica con cantidades irrisorias y la antena sigue ahí". Este esqueleto de cono metálico lleva allí más de 40 años y, al parecer, disfruta de una situación privilegiada. De hecho, cuando los tanques tomaron Valencia en el golpe de Estado del 23-F, en 1981, algunos se quedaron guardándolo.

Desde el patio de Hilario y Felicidad se ve el enorme complejo. Su calle es tranquila, de adoquín. Desde la puerta, la vista alcanza a la torre del campanario de la iglesia y a algún que otro campo de labranza. Hilario, que nació en el barrio, es propietario de alguno y habla con pasión de historia, tractores y hortalizas pues no en vano, es subsíndico de la acequia de Tormos, una de las siete que riegan L'Horta. "Por aquí donde pisas [su calle] pasaba el antiguo Camino Real de Aragón, que le dio la vida al pueblo... Pasaban muchos viajeros y pastores con manadas de animales camino al matadero; y ahí enfrente [otra alquería], estaba la casa convento que el rey Jaume I le regaló al obispo de Barcelona por haberle ayudado económicamente en la conquista de Valencia, en el siglo XIII. El obispo se la cedió a unas monjas que estuvieron hasta la desamortización de Mendizábal hacia 1835. Luego el Estado la subastó". Parece imposible tanta historia entre un puñado de masías destartaladas; detrás de la iglesia ya no discurre el camino de Aragón, la pista de Ademuz, con cuatro carriles por lado, destierra cualquier intento de imaginar a los vaqueros que hace siglos buscaban tierra maña a lomos de un caballo. Choca comparar las masías y alquerías antiguas con los nuevos edificios, con las avenidas casi por estrenar del nuevo Beniferri moteadas de árboles iguales, uno detrás de otro.

Joaquín Mateo, responsable de la asociación de vecinos de Beniferri, lamenta que no le hayan dejado ni un cuartito del centro de mayores, en la parte nueva, para instalar la oficina de la asociación. "Y tampoco han quitado la antena ni han construido el colegio". Una modificación del planeamiento urbano dejó al barrio sin su parcela escolar. Mateo, tallista retirado, ensaya su jubilación con la asociación y sus paseos. "Cuando llegué estaba lleno de naranjos, de aquí hasta el Palacio de Congresos [al otro lado de la pista de Ademuz]". También había vides, pero ahora solo queda alguna parra, como las que tiene el señor Hilario en su patio, con las que hace mistela. "Mira, mira", y sale a otro patio donde hay más parras, estas cubiertas, para que los gatos las dejen tranquilas. La señora Feli, la que cura, se queda dentro de casa, que, lo que es la vida, tiene el brazo fastidiado.

Vicent Tamarit, en Beniferri, donde fue muchos años alcalde pedáneo.
Vicent Tamarit, en Beniferri, donde fue muchos años alcalde pedáneo.JESÚS CÍSCAR

Perdido entre carreteras y nuevas construcciones

- Superficie y población: En la pequeña pedanía de Beniferri, a orillas de la pista de Ademuz en sentido entrada a Valencia, viven 900 vecinos, casi el doble que hace 20 años. Hay dos bares, un modesto supermercado y una peluquería. Todo en algo menos de 50 hectáreas.

- El casino y los obreros: Un nuevo casino abrirá en el barrio en las próximas semanas. Los terrenos eran de unos vecinos del casco antiguo. Beniferri bulle de obra nueva; decenas de obreros trabajan todos los días en los nuevos edificios, una actividad que contrasta con la tranquilidad de las casitas alrededor de la iglesia.

- La Guerra Civil: Cuando el señor Hilario Sancho, vecino de Beniferri, era pequeño, acompañaba a su padre a una trituradora eléctrica de trigo que había en La Parreta. Una vez, en 1936, se encontraron a 14 monjas asesinadas en el camino. "Recuerdo que eran 14 porque las contaba con los dedos; mi padre intentaba taparme los ojos, pero aun así las conté. Se me quedó grabado", narra.

- Ventajas: El casco antiguo parece un pueblecito con sus campos y alquerías. Los vecinos resaltan la tranquilidad del barrio.

- Inconvenientes: La falta de centro de salud, de colegio y de escoleta pública. La pista de Ademuz y las grandes avenidas (ronda sur, avenida de las Cortes Valencianas) aprisionan el barrio por todos lados.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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