"Corro más rápido de lo que mi cuerpo admite"
El segundo hombre más rápido de la historia come todos los días una sopa de cebolla, bien cargada de queso grasiento, y una focaccia de pollo, tomatitos, cebolla, mozzarella y mayonesa. "El secreto de su éxito", proclama María, la joven puertorriqueña que atiende el mostrador del local, un restaurante de cadena junto a una autopista anónima, frente al que Tyson Gay aparca todos los mediodías, al sol abrasador de una desértica Florida, su Cadillac Escalade, un coche grande como un tanque y, aparentemente, tan duro. "Sigo los consejos de un nutricionista", dice el atleta norteamericano que ha transformado su vida en una misión: que su cuerpo se convierta en una máquina perfecta de velocidad. Cueste lo que cueste, incluso la rebelión de su propio cuerpo.
El segundo hombre más veloz de la historia se lesiona todas las temporadas
"De hecho, creo que mi cuerpo es más débil que mi alma: mi motor genera una velocidad que mis músculos no soportan. Corro más rápido de lo que mi cuerpo admite", dice Gay mientras moja los bordes de su focaccia, cuidadosamente separados del cuerpo del bocadillo, en la sopa de cebolla, espesa de queso. "Esa es al menos la explicación que me ha dado el médico a las repetidas lesiones musculares que sufro. No hay temporada en la que no me rompa, y es un fastidio". Su intuición es que no come bien, que aparte de toneladas de grasas, proteínas e hidratos, su organismo necesita algún elemento mineral, alguna vitamina, que no le llega con su dieta. "Voy a ver a un nutricionista un día de estos", dice Gay, quien ya dio hace unas semanas un paso hacia la normalidad dietética. Acostumbrado a hacer todas sus comidas en locales de comida rápida, últimamente desayuna y cena en su casa, donde le cocina su masajista personal, Michael Stroh, con quien también comparte la mayor parte de las horas del día. "Mi hija, Trinity, de nueve años, vive con su madre en Lexington (Kentucky), y mis padres en Alabama. Yo vivo aquí, con todo mi equipo. Me levanto a las 6.30 y solo pienso en atletismo. Y cuando no estoy aquí, viajo para competir".
Doble campeón del mundo, de 100 y 200 metros en los Mundiales de Osaka 2007, con su entrenador en prisión, Gay se lesionó al año siguiente en los trials para los Juegos de Pekín, a los que llegó tocado, en el punto justo para observar sin sufrir el despegue del meteorito Usain Bolt. En 2009, corrió lesionado los 100 metros en 9,71 segundos, una marca que dos años antes le habría dado entrada en la leyenda por la puerta grande, pero que entonces, final del Mundial de Berlín, solo le valió una medalla de plata y una nota a pie de página en unas crónicas dominadas por los 9,58s de Bolt. En enero se operó y en mayo batió la plusmarca de 200 metros en línea recta. Ese día volvió a lesionarse.
"Pero eso no me obsesiona, al contrario, me reafirma en que lo único que puedo hacer es tratar de ser lo mejor posible. Más no puedo ser", dice Gay, de 27 años, voz suave, muestra de timidez. "Y eso también me convence de que cuando pueda estar un año sin ninguna lesión puedo batir el récord del mundo. Es mi objetivo. Y no me importaría que eso supusiera no ganar más medallas en campeonatos. Puedo pasar sin ellas". Y también sin todos los demás atributos que acompañan a los campeones, la gloria, la notoriedad, la vida envidiable de alguien como Bolt también. "Soy el mismo chaval de siempre", dice. "No busco la fama".
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