Despropósitos
Vivimos una época de despropósitos. La crisis desborda a diario los límites de su origen financiero, para introducir en nuestra vida cambios que hace unos años, incluso unos meses, nos habrían parecido inverosímiles. Caminamos hacia un nuevo ciclo en el que no solo tendremos cada vez menos derechos. También muchos valores han empezado ya a cambiar de signo, pero todavía existen unas pocas cosas que siguen repugnando a la razón.
¿Se imaginan a un violador en el puesto de asesor de la ministra de Igualdad, a un psicópata de ministro de Sanidad, a un pirómano de delegado de Medio Ambiente? Díaz Ferrán, experto en hundir sus propias empresas, sigue representando a los empresarios españoles sin complejos. Impone remedios para el paro como si no llevara a un montón de parados sobre su conciencia, sugiere medidas para la reactivación económica como si no hubiera contribuido a su desactivación, anatemiza a las centrales sindicales como si fuera una víctima, y hasta se permite el lujo de ponerse colorado de indignación cuando sus dirigentes se niegan a aceptar que la solución de todos los problemas sea mucho más despido y mucho más barato.
Se diría que este enigma desafía a la ley de la gravedad, pero su solución es muy sencilla. A la patronal, todo le da lo mismo. Si los empresarios son capaces de perseverar en un despropósito que sumiría en un sonrojo intolerable a cualquier otra organización de este país, es porque sienten que tienen la sartén por el mango, y lo peor es que es verdad. Díaz Ferrán puede estar satisfecho, porque algunas cosas no cambiarán nunca. Muchos de sus trabajadores ya no lo son, porque están en el paro, pero otros, todos los que aceptan la degradación de sus condiciones y el recorte de su salario sin rechistar, trabajan para afianzarle en su cargo. De todos los despropósitos, ninguno comparable a ese.
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