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Columna
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Castillos en Valencia

He oído afirmar a varias personas que el caso Gürtel ha hecho aflorar la verdadera personalidad de Francisco Camps. De creer a estas personas, Camps habría actuado de manera fingida durante los años pasados y sólo ahora se manifestaría tal cual es en realidad. La teoría es plausible, pero no me parece cierta. En mi opinión, Francisco Camps no ha cambiado en absoluto; es el mismo hombre que ha gobernado la Comunidad Valenciana con indudable éxito todo este tiempo. Si ahora su personalidad nos llama la atención, hasta el punto de creerla diferente, es porque ha cambiado el decorado en el que actuaba. Entre el Camps que hoy denuncia un complot para desalojarlo de la Generalidad y el que afirmaba, en la inauguración del Palau de les Arts, que "el momento actual de la Comunidad Valenciana es comparable a nuestro Segle d'Or", no hay diferencia sustancial.

Buena parte de las acciones del Gobierno valenciano se han fundado sobre la propaganda, la hipérbole y la mentira. Por diferentes motivos, los esfuerzos de la oposición para desenmascararlas no han encontrado el camino para llegar al ciudadano. Días atrás, durante la presentación del Plan de Estrategia Territorial para la Vega Baja, los asistentes vieron con asombro cómo la comarca se llenaba de castillos y fortalezas que nadie del lugar conocía. Aquel proyecto plagado de errores pretendía nada menos que "conservar y poner en valor el patrimonio ambiental y cultural" de la zona. Lo importante, claro está, no era el contenido del documento, que poco importaba a sus autores, sino el acto de presentación y las promesas que en él se formulaban.

Con actuaciones de esta clase Francisco Camps ha logrado mayorías absolutas. El hecho puede parecernos sorprendente, pero no afecta un ápice a su eficacia. Frente a la pasividad y el cainismo de la izquierda valenciana, tan preocupada por las esencias, Camps construyó un relato que proporcionaba un cierto orgullo a buen número de valencianos. Quizá no fuera un orgullo con pedigrí, pero bastaba para hacernos visibles, lo que es mucho en una sociedad de masas. Por eso, cuando Camps pretende convertir el caso Gürtel en un complot contra la Comunidad y contra su persona, hay tantos valencianos dispuestos a creerle. Juzgar esta conducta en términos de moralidad o de inmoralidad está fuera de lugar. El poder no es moral ni inmoral, para quien lo ejerce: es solo poder y hará cuanto sea para conservarlo.

Otra cuestión es el tiempo que, en las circunstancias actuales, podrá mantenerse viva la fe de los electores. Las predicciones siempre son difíciles en política, y suelen servir de poco. Un presidente sentado en el banquillo de los acusados tiende a perder su encanto. De ahí, el interés que muestra Camps en adelantar las elecciones mientras se mantenga en la cresta de la ola. Aunque siempre hay que dudar de las encuestas publicadas por los partidos, la que el sábado pasado daban a conocer los socialistas resultaba verosímil. Parece evidente que el Partido Popular goza al día de hoy de un amplio respaldo entre los valencianos. Es probable que la estrategia de los socialistas de fiarlo todo al juicio de Camps dé su fruto en algún momento, aunque no estaría de más que estos hombres ofrecieran alguna razón para votarles. Francisco Camps puede ser un cadáver político, como se afirma, pero no sería la primera vez que un cadáver ganase una batalla.

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