Luz Peña Tovar, escritora
Recuerdo aquella noche en que fui al Teatro Español para ver a La Zaranda. Era la segunda vez en 15 días. La primera no había escuchado lo que ahora sé que escuché. Menos mal que los admiro tanto que fui de nuevo. Decía Paco, de La Zaranda: "Luz... Luz... Se acabó la oscuridad que nos está dejando ciegos". Tú ya estabas muerta.
Luz Tovar (Florencia, Colombia, 1961-Madrid, febrero de 2010). Eras mi alumna. No pude dejar de acordarme. Hace más de 20 años. En la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD). Donde ahora está el Teatro Real. Angélica Liddell era Angélica González y ya sabía bien lo que no quería. Jesús Vázquez dejó de venir a clase para buscar en Japón dinero e identidad. Pedro Forero y Chusa Barbero empezaban a entender que esto iba en serio. Carlos Bolívar no acababa de bajar del avión y tú eras su compatriota. Tan colombiana como él, pero mucho más enojada con la vida y con el arte. Tus compañeros no entendían. Yo tampoco. Pero me gustaba tanto la India que llevabas dentro que me dispuse a escuchar tus cantos y tus lamentos.
Los seguí escuchando muchos años después, cuando el teatro La Abadía te ofreció amistad y una taquilla. La que tú tenías que atender cuando lo que el cuerpo te pedía era un escenario para tus obras. La decepción que siempre te habitó como un pasajero tan lúcido como inquebrantable estaba creciendo con tanta pasión y tanto silencio como tus dos novelas. Cuando cierra la noche clausuró tu deuda con la profesión. Frecuentar el sueño, la deuda con tu tierra.
Acabó la oscuridad que te estaba dejando ciega. Lo decretó la compañía La Zaranda, que tanto sabe de lo que tú sabías. Lo entiendo yo, que alguna vez dejé que me hablaras al oído y que me contaras que existía Thomas Pynchon. Me parece, Luz, que Proust tenía razón. La ley cruel del arte consiste en que los seres humanos mueran para que crezca la hierba. Sobre la hierba de las grandes obras tienen las generaciones venideras su desayuno, sin preocuparse de los que duermen debajo.
Pynchon no podrá borrar todas sus huellas. Tú, tampoco.
Jorge Eines es catedrático de la Real Escuela Superior de Arte Dramático.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.