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Columna
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Cebollinos

David Trueba

¿Qué pensaríamos de un presidente de club de fútbol que se hace con un equipo y a mitad de temporada rotura el césped y planta un campo de cebollinos en el estadio? Supongo que una vez pasada la sorpresa, nos acostumbraríamos e iríamos de vez en cuando al campo a comprar un cesto de cebollinos, si es que le salen jugosos. De alguna manera es lo que pasa con las televisiones. Los ejecutivos se han dedicado en cuerpo y alma a fabricar un prototipo de emisión, y al final hemos olvidado para qué podía servir el medio. A la mayoría de la gente el cebollino en oferta le satisface. Pero a ratos alguno se imagina lo que podría dar de sí la televisión y hasta qué punto podría enriquecer nuestro sistema mental y experimenta la misma nostalgia y angustia que tendría un buen aficionado al fútbol al ver el estadio del equipo de sus amores convertido en plantación.

La televisión podría regalar diálogo al debate social. En cualquier problema nimio, da voz a los implicados, los enfrenta y nos sorprende con la inacabable cantidad de matices que todo suceso contiene. Gracias a esas capillas Sixtinas del cotilleo y esos Arcos del Triunfo de la crónica sangrienta que legan las emisoras a la humanidad, sabemos que ningún personaje mediático deja de esconder misterios ni ningún suceso está explicado del todo.

En la liquidación de Garzón, no hemos podido enfrentar a los protagonistas al debate público. Será porque los jueces reservan su talento para espacios particulares, será porque la magistratura es alérgica al foco. Será por lo que sea, pero uno echa de menos oírlos hablar. Escuchar a Luciano Varela defender su posición más allá de la literatura judicial espesa y voluble. Y a Garzón encarar los tecnicismos con que le han pinchado las ruedas. Y a los vocales del Consejo ejercer de vocales, pero no sólo en la salvaguardada intimidad institucional. Ruido todo el que quieran, pero debate sustancial con las partes asumiendo que el interés nacional exige oír su voz, su réplica, su razonamiento, de eso nada. Así que nos hemos quedado con el apagón allá donde importa la luz y el foco en el campo de cebollinos habitual.

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