"La gente está dispuesta a pagar por las informaciones en Internet"
Marcus Brauchli es el primer director del diario The Washington Post desde hace décadas que no ha salido de las filas del periódico de la capital de Estados Unidos. Brauchli (1961, Boulder, EE UU) dimitió como director del Wall Street Journal cuando apenas llevaba un año en el puesto y cuatro meses después de que Rupert Murdoch adquiriera este periódico. Ha desempeñado la mayor parte de su carrera periodística como corresponsal en el extranjero, destinado en Shanghai y Estocolmo, entre otros lugares.
Pregunta. ¿Qué es lo primero que lee cuando se levanta?
Respuesta. Primero miro mi BlackBerry y leo los titulares. Después leo varios periódicos: el Post, el New York Times, el Wall Street Journal. Navego en páginas de noticias. Sobre todo quiero ver qué historias se nos han escapado. Hace mucho tiempo que nuestra redacción está abierta 24 horas; ya no hay un cierre de redacción. Por eso, por la mañana también miro siempre las historias del Post que se han incorporado por la noche y que aún no conozco.
"Las exenciones fiscales podrían ayudar, pero la subvención del Estado no es una solución a la crisis de los periódicos"
"Somos nosotros, con nuestro periodismo, quienes podemos determinar cuántos lectores atraemos"
P. Es decir, recolecta sus noticias de muchas fuentes, cosa que cada vez hacen más personas. ¿No le inquieta esa tendencia?
R. Desde hace años el consumo de medios de comunicación está cambiando de forma radical. Son muchos los que por la mañana ya conocen las noticias, que se pueden recibir rápidamente por todos los canales imaginables. Por tanto, no basta con llenar nuestro periódico con las noticias de ayer. Tenemos que aportar un contexto: análisis, perspectivas, comentarios. Grandes reportajes de investigación. Incluso textos que no se publicarían en ningún otro lado. Hay cada vez más informaciones fácilmente accesibles, pero es cada vez más difícil estructurarlas. La gente busca faros establecidos para poder orientarse con ellos.
P. Hay quien dice, sobre todo los jóvenes: cuando una noticia sea verdaderamente importante, ya me encontrará. Confían en ser informados a través de sus amigos en Facebook o de conocidos de Twitter.
R. Ya hemos introducido una nueva aplicación de Facebook a través de la cual los miembros de la Red pueden recomendar a sus amigos los artículos que les gusten. También pueden ver qué han leído sus amigos. Esto nos ha aportado muchos lectores nuevos. Tenemos numerosos blogs con grandes comunidades de fans. Además, hemos iniciado nuevas páginas locales en línea en las que los lectores pueden encontrar con mayor facilidad las informaciones sobre su vecindario. Hemos experimentado con éxito el envío de boletines informativos por correo electrónico. En conjunto, llegamos a mucha más gente que nunca, aunque haya caído la circulación de nuestra edición impresa.
P. Lo que pasa es que no ganan dinero con nada de esto. El año pasado, la edición impresa le ha costado a su matriz cerca de 164 millones de dólares en pérdidas operativas. Buscando nuevas fuentes de ingresos, el año pasado su periódico llegó a ofrecer cenas en las que lobbystas podrían lograr acceso a importantes políticos y periodistas.
R. Eso fue un error. Hemos puesto fin a ese proyecto. Pero está claro: tenemos que buscar continuamente nuevas fuentes de ingresos. La organización de conferencias o cursos es una posibilidad para los periódicos. Pero si hacemos algo así, es evidente que tenemos que hacerlo abiertamente, para estar a la altura de nuestras rigurosas exigencias periodísticas.
P. Sería más fácil si los numerosos lectores de su edición en Internet pagaran igual que los lectores del periódico. ¿Fue un error colgar contenidos en la red de forma gratuita?
R. Es difícil decirlo. Sin embargo, yo estoy convencido de que la gente está dispuesta a pagar de una forma u otra por los contenidos. De hecho, ya lo hacen. Pagan para que el Post les llegue a casa los siete días de la semana. Lo que ocurre es que no hemos encontrado aún los modelos adecuados de negocio en Internet.
P. ¿No podrían ponerse de acuerdo todas las casas editoras y exigir dinero todas a la vez por sus contenidos en Internet?
R. Las cosas tendrían que ser así. Pero siempre habría una empresa editora que se descolgara pensando: "Bueno, si todos imponen controles de pago y acceso, yo lo ofrezco todo gratis y me aseguro muchísimos lectores nuevos".
P. ¿Qué le hace entonces tan optimista respecto a que las empresas editoras encontrarán un camino para que en el futuro puedan volver a pedir dinero por sus contenidos?
R. Tampoco sé aún cómo funcionará exactamente, pero estoy seguro de que al final la gente está dispuesta a pagar por las informaciones. Probablemente la solución consistirá en una mezcla de estrategias, entre ellas las de publicidad. Por ejemplo, nosotros ingresamos dinero por nuestra aplicación para el iPhone. No es mucho, pero es un principio. También desarrollamos una oferta a la medida para una plataforma que la gente podrá transportar cómodamente consigo, y en este caso también tendría sentido cobrar algo por ella.
P. Por ejemplo, ofreciendo contenidos para el nuevo iPad de Apple. Algunas empresas de medios tienen la esperanza de que sea el iPad casi por sí solo el que salve el negocio. El Post aún no ha desarrollado una oferta de contenidos para él. ¿Por qué?
R. Hemos sido algo lentos. Pero queremos presentar una oferta que agote todas las posibilidades del iPad.
P. Es decir, ¿no considera que esa sea la salvación?
R. Sin duda no es el último paso en la vía de los nuevos aparatos de lectura electrónica, pero desempeñará un papel muy importante y muestra hacia donde vamos. No creo que vaya a sustituir al teléfono móvil o al ordenador portátil, como tampoco al periódico. Pero, naturalmente, seguimos muy de cerca la transformación de los hábitos de consumo de medios, y tenemos que pensar muy bien cómo podemos desarrollar la mejor oferta para cada plataforma.
P. Muchos de sus colegas no comparten su optimismo. Algunas encuestas muestran que más de la mitad de los periodistas de EE UU creen que, sin nuevas fuentes de ingresos, en diez años no existirán las empresas para las que trabajan. La crisis de los medios de comunicación es global: ¿por qué son precisamente los medios estadounidenses quienes se están llevando la peor parte, como es evidente?
R. Es una visión muy pesimista. Sigue habiendo una enorme cantidad de periodistas magníficos y un magnífico periodismo. Además, hoy la redacción vuelve a tener su destino en sus propias manos.
P. ¿En qué sentido?
R. En el pasado, si desvelábamos en nuestra portada un gran escándalo o imprimíamos cualquier historia, esto no tenía impacto alguno en el volumen y estructura de nuestro público: el periódico se recibía cada mañana en los mismos buzones. Eso ha cambiado completamente: cualquiera puede pinchar en nuestra página, nuestros lectores en Internet están repartidos por todo el país y por todo el mundo. Por tanto, somos nosotros, con nuestro periodismo, quienes podemos determinar cuántos lectores atraemos. Y podemos medir con exactitud qué les interesa y cuánto les interesa.
P. Pero esa lógica también podría llevar a que en el futuro no haya más que chismorreos o amarillismo. Es eso lo que atrae a la mayoría de los lectores. Las informaciones serias no tienen éxito.
R. Yo les devuelvo la pregunta: ¿qué tirada tiene Der Spiegel?
P. Más de un millón de ejemplares semanales.
R. Pues lo que les voy a decir no les gustará, pero esta entrevista no tendrá un millón de lectores. Sólo una parte de los compradores de revistas o periódicos lee todos los artículos. Eso siempre ha sido así. Tenemos que tener la confianza de que sean los propios lectores quienes busquen lo que quieren. Yo creo que es sumamente denigrante actuar como si a uno le preocupara el futuro del periodismo porque, supuestamente, la próxima generación no va a estar en condiciones de encontrar las informaciones relevantes. Y se llega al punto de equiparar la tirada de los periódicos con la supervivencia de la democracia. Eso es un disparate.
P. Pero muchos medios pueden sucumbir en ese proceso.
R. Con el tiempo, los periódicos perderán influencia, las tiradas están sometidas a una gran presión, pero en el futuro previsible el papel seguirá teniendo una función importantísima. Además, tampoco creo que el futuro del periodismo dependa de la supervivencia de sus antiguas instituciones. Nuestra nostalgia por los periódicos no puede enturbiarnos la visión de futuro y de cómo haremos el periodismo de aquí en adelante.
P. ¿No podría intervenir el Estado con subvenciones para los periódicos o revistas, como exigen algunos expertos?
R. Soy escéptico al respecto. Pero tampoco lo excluiría completamente. Hay algunas nuevas propuestas interesantes sobre cómo, al margen de las subvenciones directas, se podría ayudar a las organizaciones de medios de comunicación: mediante exenciones fiscales, por ejemplo. En el caso del periodismo local quizá fuera una posibilidad. Pero la ayuda del Estado no es una solución a la crisis.
P. Es frecuente que el mejor periodismo sea también el más caro, en especial los reportajes de investigación. El Post se hizo mundialmente famoso por su revelación del escándalo de Watergate, que obligó a dimitir al entonces presidente de EE UU, Richard Nixon. ¿Podrían permitirse hoy una investigación de ese tipo?
R. ¡Claro que sí! Nuestro equipo es considerablemente mayor que el de 1973, cuando desvelamos el caso Watergate. Hoy tenemos un equipo de reporteros que sólo se dedica al periodismo de investigación.
P. Muchos periódicos locales ya no se lo pueden permitir. Apenas pueden ya cumplir su función de control.
R. Es verdad que en algunas ciudades eso es un problema. Pero también aquí veo desarrollos positivos, sobre todo en Internet. Una autora de la red pública de investigación en Internet Pro Publica ha ganado un premio Pulitzer por sus revelaciones sobre la actuación de un hospital tras el huracán Katrina. Hay universidades que han fundado equipos de investigación.
P. ¿Serán esos proyectos los que pronto tengan que hacerse cargo de la cara información internacional? Muchos periódicos de EE UU están cerrando sus corresponsalías.
R. ¡Por favor! La cháchara sobre la decadencia de la información internacional es sencillamente ridícula. Yo he sido durante muchos años corresponsal en el extranjero, y es un terreno que conozco muy bien. Hoy hay más corresponsales de medios estadounidenses en el extranjero que en ningún otro momento. Mire la agencia de prensa Bloomberg: sus corresponsales trabajan en 135 países. En Reuters y AP las cosas son parecidas. Los estadounidenses tienen hoy más acceso que nunca a la información internacional.
P. No es que luzca mucho... en los periódicos o revistas de EE UU cada vez se leen menos cosas sobre los acontecimientos mundiales.
R. Quizá algo menos que antes. Pero tampoco es nuestro objetivo como periódico ilustrar todo lo que pasa. Tenemos que elegir. Toda esa idea de ser el historiador definitivo es sencillamente absurda. Eso jamás ocurrió, porque los periodistas siempre tuvieron que seleccionar, aunque sea por razones de espacio. Por tanto, los lectores tampoco sabían antes qué pasaba en medio mundo.
P. Antes de que llegara en septiembre de 2008 al Washington Post, usted fue director del Wall Street Journal. Abandonó este periódico poco después de que lo comprara el polémico magnate de la prensa Rupert Murdoch, cuando muchos temían por el futuro de un diario con tanta tradición. ¿Pero no es hoy la mejor garantía para un periódico que tenga el control un editor de la vieja escuela, incluso aunque se llame Murdoch?
R. A mí me gusta el apoyo que presta a los periódicos y medios tradicionales. Creo que hay que respaldar a cualquiera que hoy crea en el periodismo y que lo financie. Algunos de los que hoy se sienten en deuda con el periodismo son de la vieja escuela y quieren ver un periodismo impreso. Otros son pioneros que abren nuevos territorios y que buscan nuevas vías para el periodismo.
© 2010 Der Spiegel
Traducción: Jesús Alborés
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