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Columna
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Elecciones, que ya es tarde

Con patéticas a la par que conmovedoras protestas, el presidente Francisco Camps afrontó públicamente el miércoles último la decisión del Tribunal Supremo por la que se reabre el caso de los trajes que, si ninguna triquiñuela legalista lo impide, acabará sentándole en el banquillo junto a sus tres compañeros de desdicha, reos todos ellos de un presunto delito de cohecho pasivo impropio, vulgo soborno. De nada le ha valido al molt honorable ampararse en lo que reputaba una agresión a todos los valencianos y a su mismo partido, el PP, víctimas de una conjura o conspiración urdida por sus adversarios, los socialistas, la policía, la Agencia Tributaria y ahora, además, los cinco magistrados de la mentada alta instancia.

¿Recuerdan aquella vieja historieta de los 100.000 gallegos extraviados en el campo? Pues algo semejante acontece en esos momentos con los populares valencianos, anonadados por estos sucesos judiciales y sin saber a quién encomendarse, ellos, que se creían -y creen todavía- legitimados por las mayorías electorales, como si las urnas otorgasen patente de corso para convertir la gestión pública en un patio de monipodio o botín para tramposos. De ahí las declaraciones tan pintorescas con que nos han amenizado los líderes conservadores, empezando por su jefe. Para éste, el proceso es de risa -afirma quien la ha perdido- y todo él una mentira por ser falso cuanto se dice. Para su portavoz parlamentario, "pase lo que pase, no pasará nada". Meros desahogos para alentar un optimismo que se apaga ante la perspectiva del juicio oral, que por sí solo es en este caso una condena, y de las inminentes imputaciones que acechan al partido. Mucha tela criminal por delante.

En punto a perspectivas cada cual es muy libre de ahormarse su conjetura, con el riesgo cierto de confundir los deseos con la realidad, pero ateniéndonos a las evidencias es incuestionable el deterioro institucional, con un presidente de la Generalitat anonadado por sus circunstancias personales, un gobierno que no gobierna, como poco desde hace más de un año, y un clima político pervertido por la ristra de chorizadas que nos ha legado la trama Gürtel, un efecto colateral tanto o más grave que sus perjuicios económicos, que no se cifran en unas indumentarias. ¿Hay algún debate público que no sea en torno a la corrupción? ¿Cuál es la imagen y la voz que hoy proyecta esta comunidad en el foro estatal de las autonomías? En el mejor de los casos, ninguna. En el peor, la de ser o haber sido un predio gurteliano, con nuestro presidente y Álvaro Pérez, El Bigotes, por figuras, con la guasa consiguiente.

Esta legislatura, este Consell en pleno y aun el partido que lo sostiene ha tiempo que están agotados y son un lastre, por no decir que han devenido en un fraude. En realidad, son el problema. Y aún lo serán más cuando les fulminen las condenas por delitos varios que se cuecen debido a la financiación irregular del PP y otras prácticas abusivas contra el erario. Este país necesita como agua de mayo un cambio que únicamente puede producirse mediante unas elecciones anticipadas. Aplazarlas es tanto como prolongar la agonía de este gobierno y demorar las posibles soluciones que nos apremian. Aquí, el único ganador de esta tesitura es el ex presidente Eduardo Zaplana, que desde su olimpo contemplará, entre sardónico y complacido, las adversidades que afligen a su sucesor, otrora tutelado. Nadie imaginó el regalo que nos hacía.

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