El cineasta, el personaje, el producto
"Antes todos querían ser Andy Warhol. Ahora todos quieren ser Amenábar. Hemos ido a peor", se lamenta el director Albert Serra (1975). Su cine igital, hablado en catalán y en el que apenas aparecen mujeresadapta relatos históricos clásicos en clave minimalista, centrándose en tiempos muertos, y con actores no profesionales sacados de su pueblo, Banyoles. "Porque ser actor es el oficio más fácil de la historia de la humanidad", razona.
Quintín, institución de la crítica argentina y colaborador de la influyente Cinema Scope, calificó la irrupción del catalán como la más rupturista desde Pedro Almodóvar con Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Aunque, en honor a la verdad, los adjetivos que le acompañan con más frecuencia son pretencioso, aburrido o radical. Serra es, desde luego, una anomalía dentro del circuito español. Con sólo dos películas, se ha convertido en un favorito de cierta élite cinéfila internacional s habitual ya en el Festival de Cannes, y la revista Cahiers du Cinéma colocó su debut, Honor de cavalleria, entre las 10 mejores películas de 2006 Pero su capacidad para cuestionar las convenciones sobre rodar, dirigir y producir cine le han convertido en una alternativa incómoda en su propio país, donde todavía se le trata de clasificar. Amén de una corte de detractores de los que, voluntariamente o no, se nutre su cada vez mayor dimensión pública. Con todo, la Acadèmia del Cinema Català le entregó el año pasado tres premios Gaudí a mejor película, director y fotografía por El cant dels ocells, su segundo largometraje.
"Antes todos querían ser Andy Warhol. Hoy quieren ser Amenábar. Hemos ido a peor"
"Soy de las vanguardias del siglo XX, donde no sabías si te estaban tomando el pelo o no"
Anoche estrenó en el barcelonés Teatre Lliure su primera incursión en las tablas, Pulgarasi, en la que figura como autor, director y actor. "Un encargo", subraya, inspirado en hechos reales que pretende ser un retrato poético del régimen dictatorial de Corea del Norte y que versa sobre el secuestro del realizador Shin Sang-ok y la actriz Choi Eun-hee orquestado por Kim Jong-il.
Además, su filmografía aparecerá el próximo 26 de mayo compilada en un cuidado cofre, editado por Intermedio, que incluye un libro prologado por el poeta Pere Gimferrer en el que el propio director analiza plano a plano Honor de cavalleria. ¿Acaso sentía la necesidad de explicar lo inexplicable? "Son 144 páginas que muestran cómo se hace un tipo de cine que ha nacido en esta primera década del siglo XXI", defiende.
Pero el despliegue no ha hecho más que empezar. Ese mismo día se inaugura la exposición Albert Serra: cine en libertad en el centro Arts Santa Mónica (Barcelona), que contará con la presentación del libro Llibre andergraun (Standard Books Illustrated), un recorrido "épico" por el mundo creativo de Serra a través de las fotografías que Román Yñán, parte de su séquito, hizo durante el rodaje de El cant dels ocells.
1994. Fernando Trueba recoge el Oscar a la mejor película de habla no inglesa por Belle epoque. En su discurso de aceptación dice que debería darle las gracias a Dios, pero que él sólo cree en Billy Wilder. Involuntariamente, esas palabras siguen sugiriendo las coordenadas sobre las que orbita el 99% del cine español actual. Es probable que en el 1% restante resida otro tipo de cine que, desde la resistencia de lo local, se ha convertido en tendencia global. Cine glocal, le llaman. Carne de festivales. Invisible para el mainstream. Sus representantes en España, Isaki Lacuesta, Marc Recha y Serra. En el extranjero, el portugués Pedro Costa, el filipino Raya Martin o el argentino Lisandro Alonso. Una alianza con la tecnología digital que pretende emular una revolución como la vivida en los sesenta con la nouvelle vague. Un regreso a la imagen primitiva de los albores del siglo XX, pero sin perder de vista todo lo acontecido. En tal contexto, Serra se autoproclama maestro, ya que, asegura, a él nadie le ha enseñado a hacer películas.
Licenciado en filología hispánica y en teoría de la literatura comparada, el director se jacta de no haber pisado nunca una escuela de cine y de no haber presenciado ningún otro rodaje que no sean los suyos. "Yo represento el mito del artista rebelde. Utilizo formalmente las ventajas de lo digital, pero de modo contradictorio y autodidacta. Cintas largas, iluminación naturalPero me niego a utilizar monitor. Eso no se inventó hasta los años ochenta. John Ford nunca vio una sola imagen antes de terminar el rodaje. ¿Por qué hay que verlo todo? Tengo confianza ciega en el cine como un fatalismo, un compromiso".
Una mirada imprevisible que se agudiza cuando reflexiona sobre la fe, el arte y, sobre todo, la camaradería masculina. En Honor de cavalleria na visión excéntrica de la amistad entre Quijote y Sanchoy El cant dels ocells n relato abstracto del periplo de los Reyes Magos de Orientepropone una vuelta de tuerca a las buddy movies (o películas de colegas) en clave humanista y en las antípodas de lo cursi. "Me gusta la idea de que el concepto pueda tener más peso que la propia película", explica. "Sin embargo, mantengo un elemento narrativo, porque no quiero caer en el videoarte, no quiero adentrarme en el mundo del arte contemporáneo. Quiero mantener el aspecto popular del cine".
Tras abandonar el proyecto de un biopic sobre Rainer Werner Fassbinder or ser "demasiado fácil" y estar convencido "de que sería un éxito: si la cosa está muy clara en tu cerebro, ya no tiene sentido filmarla otra vez" completará el tríptico con su particular revisión del mito de Drácula, en el que confluirán elementos de Casanova. "Quiero darle la vuelta, alejarlo del icono de terror, que no me interesa nada. De hecho, nunca he visto una película de género fantástico. Este proyecto mezclará el mundo de finales del siglo XVIII con la oscuridad y romanticismo de principios del siglo XIX y se centrará en el lado más lúdico de la vida. Quizá la protagonice Josep María Flotats", avanza. "Pero aún está en el aire. La película, en cualquier caso, será buena con él o sin él".
A diferencia de su cine, su personaje, maximalista, belicoso y amante de la boutade, sí ha trascendido mediáticamente. Morrissey decía que ser fan de él era un reto porque siempre tenías que estar explicando por qué. A los seguidores de Serra es posible que les ocurra algo parecido. Alimentándose de sus contradicciones, el realizador recupera una ironía que desprende nostalgia por el debate entre alta y baja cultura, desplazado hoy de la actualidad informativa, acaso un anacronismo en las preocupaciones estéticas contemporáneas. "Todo el mundo se toma muy en serio, sobre todo en el cine, que es un arte absolutamente menor comparado con la literatura o la pintura", opina. "Yo soy de las vanguardias del siglo XX, donde no sabías si te estaban tomando el pelo o no. Arte y vida mezclados". ¿Provocación gratuita? "Aquí existe cierta confusión. Michel Houellebecq decía el otro día en una entrevista que el provocador es aquel que disfraza la verdad en beneficio propio. Yo no disfrazo nada, sólo digo las cosas tal y como las veo. No distingo entre lo público y lo privado".
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