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Columna
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Efemérides

Somos esclavos de las efemérides. Da la impresión de que necesitamos que el calendario nos recuerde continuamente que es tal o cual fecha para que realicemos una determinada actividad. Este fin de semana, sin ir más lejos, han coincidido dos de estos días señalados: el del Trabajador y el de la Madre. Me atrevería a decir que el segundo de ellos, gracias al recordatorio incesante de la publicidad, ha tenido una mayor repercusión que el primero; probablemente porque, con los actuales niveles de paro, el obrero, como el lince ibérico, puede convertirse en una especie en riesgo de extinción.

Más efemérides. Mañana se cumple un año desde que Patxi López fue investido lehendakari. Como le ocurre al Primero de Mayo, la presencia mediática de líder del PSE no ha sido precisamente su característica más destacada durante estos últimos 12 meses. Por otro lado, el pasado miércoles transcurrían 73 años desde el bombardeo de Gernika, una jornada que en estos momentos de desmemoria histórica nunca se nos debiera olvidar.

Raro es el momento del año en que no se celebra el día mundial de algo. Ayer, sin ir más lejos, era el Día Mundial de la Libertad de Prensa; que por pocas semanas no ha coincidido con la sentencia absolutoria del caso Egunkaria. Hoy es el Día Mundial del Asma y el próximo lunes, el del Lupus. La lista de eventos comienza a ser tan larga que hay meses que están casi completos, como sucede en mayo con las primeras comuniones. Si a alguien se le ocurren nuevos días internacionales, julio es, por ahora, el periodo con más vacantes.

¿Estará nuestro cerebro tan programado que si no existiese el Día de los Difuntos nadie acudiría nunca a los cementerios? ¿Jamás nos acordaríamos de nuestros progenitores si no hubiese dos fechas específicas dedicadas a ellos? ¿Necesitamos que el Parlamento vasco señale que el 25 de octubre es la fiesta del Estatuto para que nos demos cuenta de que vivimos en una autonomía?

Ahora que la película de Tim Burton sobre Alicia en el País de las Maravillas causa furor en los cines, me viene a la cabeza la "fiesta del no cumpleaños" que, en la versión de la Disney, celebraban el Sombrerero Loco y sus chiflados amigos. La lógica de estos excéntricos personajes era aplastante. ¿Por qué disfrutar un sólo día al año de un aniversario cuando podemos emplear los otros 364 en otras conmemoraciones? Siguiendo ese mismo razonamiento, en la película Stico, de Jaime de Armiñán, una gallina se burlaba ante Fernando Fernán Gómez de lo borregos que somos los humanos y de nuestra total dependencia del calendario.

Y ya que hablamos de Lewis Carroll y de disparates, yo también quiero aportar mi humilde granito de arena. ¿Por qué no llevar el metro de Bilbao antes a Eibar que a Castro Urdiales? Ahí tiene López una buena excusa para convocar un referéndum y no ser menos que Ibarretxe. Sería una bonita efemérides.

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