Ruido que pide a gritos ser arte
La Casa Encendida reivindica el valor creativo del sonido no musical
El reloj de la Casa Encendida vuelve a dar las horas. Desde hoy y hasta el 30 de junio, secuencias de cinco segundos extraídas de una improvisación del artista sonoro y, podríamos llamarlo así, campanólogo Llorenç Barber marcarán el paso del tiempo cada día. Hay más. Glaciares rompiéndose, ordenadores de madera, pájaros de plástico, microfrecuencias inaudibles y un bosque de cuerdas fluorescentes con pulsadores gigantes a los que subirse para vibrar como un diapasón. Arte sonoro en el corazón de una de las ciudades más ruidosas del mundo. Paradójico, ¿no? De eso también hay más.
Unos minúsculos pedacitos de piedra pómez que se han adueñado estos días del espacio aéreo europeo han devuelto a la tierra a un puñado de los artistas más avanzados tecnológicamente del mundo. Cinco de ellos tuvieron que cruzar Europa en un Volvo que iba parando en diferentes ciudades para recoger a compañeros. Otro tuvo que dar la vuelta al mundo para llegar desde Japón a España. Y Jacob Kirkegaard se marcó un viaje Madrid-Berlín en el autobús de un equipo juvenil de fútbol que jugaba en Peñíscola. A 100 euros la plaza.
En la muestra se puede escuchar un bosque o ver microfrecuencias
Pero el lunes por la mañana, Martin Riches, de 69 años, ya estaba montando su ordenador de madera junto a la terraza de la Casa Encendida. Un experimento en el que seis bolas de metal circulan por conductos móviles de una estructura y crean múltiples combinaciones de sonidos cuando llegan al final e impactan contra tres tubos. Como en toda la exposición, lo que produce no es música, pero tampoco ruido. ¿Arte, entonces?
Junto a él, el sonidista de cabecera de David Attenborough, Chris Watson, ha colocado una instalación en la que se oyen cinco bandas sonoras de la Antártida como el hielo rompiéndose o el sonido de las orcas surcando las grietas de los glaciares. Y eso, sacado de su contexto natural, al estilo del urinario más famoso del mundo, también es arte sonoro.
Ryoji Ikeda y Carsten Nicolai (conocido en su faceta musical como Alva Noto, fundador del sello Raster-Noton) han creado dos espectaculares obras, este último inspirándose para Anti (una enorme figura geométrica que reacciona con el campo magnético de los cuerpos) en el grabado de Alberto Durero, Melancolía. Y Angella Bulloch, quizá la más impactante, de la muestra, se ha arrancado con un bosque sonoro desencantado que reflexiona sobre el absurdo sistema de numeración de los árboles de Berlín.
La exposición, comisariada por el periodista José Manuel Costa, se ha abierto a la ciudad en el Jardín del Observatorio de la Colina de las Ciencias, junto al Retiro, y al barrio de Lavapiés. Para que el ruido artístico conozca a su hermano convencional.
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