Himnos pluscuamperfectos de rock británico
Ocean Colour Scene retorna con 'Saturday' a la gozosa juventud
Para qué andarnos con chiquitas. A eso de las ocho y media de la noche, nada más subir al escenario los cinco chicos de Ocean Colour Scene, Steve Cradock estruja su guitarra como si fuera a estampanarla contra el suelo, la obliga a proferir un alarido escalofriante y dispara alto con ese blues salvaje y rebosante de adrenalina que es The riverboat song, el aldabonazo que a principios de 1996 les proporcionó algo más que los warholianos quince minutos de gloria. No habrá tregua a partir de entonces. A un grupo que encadena el alboroto psicodélico de Mrs Maylie, las armonías vocales clásicas de The circle y el adictivo soniquete de Magic carpet days no se le puede decir que pertenece al colectivo de las viejas glorias. Por mucho que los años, despiadados, sigan transcurriendo y sean más de 20 los que estos muchachos de Birmingham llevan danzando por medio mundo.
Tras los británicos, tocó Loquillo que está en perfecto estado de revista
A un grupo que monta tal alboroto no se le puede llamar vieja gloria
Si alguien los toma por pasados de fecha, peor para él. Porque OCS nunca jugaron a alinearse con las modas y aún han tenido arrestos de convertir su noveno disco, Saturday, en uno de los mejores de su historial. Anoche abarrotaron la carpa del Hard Rock Café de Madrid con fines benéficos, ya que el importe de las entradas se destinaba a una fundación de niños indios. A renglón seguido, Loquillo -otro veterano en decente estado de revista- hizo lo propio ofreciendo su recaudación al programa de musicoterapia que se está implantando en el hospital infantil de La Paz.
Como había que dejar hueco al Loco, el quinteto inglés se aprestó a sacar el máximo partido a sus 75 minutos de rock británico con impolutas hechuras clásicas. El cantante, Simon Fowler, alcanzará en breve el cumpleaños número 45, pero su empuje sudoroso, sin piedad con las articulaciones, se antoja mucho más eficaz que el pilates en la lucha contra la artrosis (entre otros efectos secundarios de vivir).
Suerte que estos tipos provoquen instantáneas sensaciones revitalizantes con ese repertorio que bebe de Small Faces, Paul Weller, Traffic, Lennon (The day we caught the train arranca como I am the walrus) y hasta Oasis, con cita incluida a su Live forever. Cradock y Fowler siguen siendo únicos en crear estribillos como himnos pluscuamperfectos, piezas canónicas que, como Profit in peace, van de menos a más y se terminan acompañando a voz en cuello y con el puño en alto. Entre estas cosas y la irrupción de la primavera, casi entran ganas de caer, imprudentes, en brazos del optimismo.
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