En Roma, como los romanos
Al norte del Vaticano, la ciudad más auténtica late en las 'gelaterias'. Un viaje por puestos que venden sólo tomates y restaurantes de casquería
Hay una Roma eterna, una Roma invadida por los turistas y los guías, inacabable y stendhaliana, pétrea, recurrente, y hay otras Romas igual de romanas, menos tópicas, pero más castizas, hechas de panceta y mercado, verduras raras y achicoria, capuchinos a precio de amigo y los diez céntimos de propina que deja el cliente de cada día sobre el scontrino en la barra.
Esta Roma más cutre y anónima, si se quiere de segunda división o serie B, prefiere la rutina a los desmayos y a la belleza, y transpira orgullo y espíritu local, ese duende burlón y cachazudo, un poco pueblerino al tiempo: ajeno al éxito de su divina hermana, esa Roma fea convive con la fama y la forma de abusar de la otra Roma y la complementa y la completa, porque aquí hasta lo feo parece bonito.
Como la primera Roma es, de puro desmesurada, inabarcable y cada uno tiene ya la que le gusta, vamos a intentar convencer al viajero de que la pariente pobre, que no fea, es una alternativa estimulante, que en tiempos de marcapasos ahorra colas y disgustos y permite lujos sencillos, por ejemplo el de no arriesgar en una simple comida tanto como aquellos pobres novios japoneses que en 2009 salieron de un ristorante contiguo a Piazza Navona con 690 euros menos de los que entraron, propina y limoncello incluido, eso sí. La pareja llevó la factura a los carabineros, y el ayuntamiento cerró la cueva para dar ejemplo, pero ya está abierta otra vez, como si nada. El dueño explicó a la prensa que los japoneses habían pedido ostras y champán, y claro...
Un barrio laico
Prati puede ser un inicio del camino. El barrio está al norte del Vaticano y huye de sus muros convexos y afilados, de ladrillo ocre y olor a expolio. Dejando a la espalda el vientre del pecado original, si se pasa el castillo de Sant'Angelo por la izquierda, Prati, antes Prati di Castello, se extiende laico, masónico, cuadriculado y burgués por lo que hace décadas eran prados, pinares y lagunas, y corre plácida hacia el Norte hasta la periferia, donde ofrecen sus golosinas carnales las transexuales y viven los militares y los diplomáticos.
El barrio es antes que nada un nido. Las gaviotas, quién sabe si por hambre o por memoria genética, graznan de noche en Prati como locas (ahora mismo son las 23.23 y no paran), y por la tarde los estorninos se lanzan en escuadrillas frenéticas sobre la inmensa Piazza Cavour, siempre en obras (dura más que la obra del Coliseo, se dice aquí), formando flechas, círculos y triángulos rumbo a los castaños de la orilla del Tíber.
Desde allí, los pajaritos otean a la gente y entre trinos muy agudos descargan a discreción. La maldición, el encanto y el intestino delgado de los estorninos tiene desesperado al romano y al turista, que se cubren con paraguas como pueden, y el ayuntamiento del posfascista Gianni Alemanno no sabe ya qué inventar ni qué invertir para mandarlos a otro sitio. Una bandada perdida voló un día no hace mucho hacia Ciampino y se metió en el motor de un avión de Ryanair, lo que provocó retrasos de dos días al turisteo hispánico, que reclamaba sus derechos al maestro armero: "¡Que Zapatero mande el Falcon!", pedían.
Bajando al suelo, la desmesurada Piazza Cavour tiene algunos locales recomendables, como la estupenda enoteca Costantini, pródiga en grappas y vodkas, y caminando hacia el río, el restaurante La Barchetta, simpático, rico y sabroso a precios razonables. Si uno pasa por la librería Arion hacia la ribera del Tíber y gira a la izquierda, el paseo hacia el Norte es incluso romántico si lleva calzado cómodo (la mezcla de residuo de estornino y hoja caída resbala mucho), aunque el camino es más corto -las curvas de este río son infinitas- si se callejea hacia el Norte desde la inmensa mole del Palacio de Justicia.
Esta horripilante sede del Tribunal Supremo, última instancia judicial, ha sido bautizada como el Palazzaccio (palaciucho) por la eterna ironía romana, un poco por lo feo que es y otro poco porque una vez allí sólo hay un destino, Regina Coeli, es decir, la cárcel. Morrisey, hace un par de años, le hizo una canción protesta a la plaza. Se titulaba Me has matado. "Piazza Cavour, ¿para qué sirve mi vida?", se preguntaba.
Otros se lo preguntarán viendo el monstruo construido por el arquitecto Guglielmo Calderini entre 1888 y 1911. El hombre murió poco después, afligido por las críticas, las protestas y las agresiones dedicadas a su faraónico (el edificio mide 150 por 170 metros) despliegue de mármol travertino, homenaje al barroco piamontés.
Aunque puede parecer anodino al principio, una vez superado el palazzaccio, el barrio tiene ventajas: escasez de monumentos, tranquilidad, una arquitectura civil estupenda, muchas tiendas de ropa sin franquicia y varios restaurantes ilustres... Il Matriciano es una trattoria clásica; San Marco, una pizzería decente y romanista, y Dal Toscano era uno de los sitios preferidos de Fellini y sirve la mejor carne de Roma, que no todo en Berluscolandia es pasta y pizza.
La arteria que atraviesa el barrio al sur es Cola di Rienzo, a la que las señoras pijas del barrio llaman simplemente Cola, quizá por ahorrar. Nada muy destacable, todo bastante cotidiano y agradable, incluida la vista de Villa Borghese y el obelisco de la plaza del Popolo, que nos mete queriendo en cinco minutos en el centro histórico.
En la soleada plaza central hay un busto de Totò delante del cine Eden, dos quioscazos de prensa, la sede de la policía antimafia, ricos cornetti y tramezzini en Il Piccolo Diavolo, institutos públicos, gentíos los sábados comprando, futuras velinas que se agolpan en las tiendas de tallas minúsculas. Avanzando hacia la plaza del Risorgimento, a mano izquierda merecen la visita dos tiendas de alimentación de quitar el hipo: Castroni y Franchi, puerta con puerta en sana competencia.
Barrios con barberías
Otras calles de un solo carril, menos concurridas, son pura hacienda romana: las paralelas Gracchi, Germanico y Scipioni esconden tiendas de barrio, costureras y sastres, bares con estanco y cajera oronda, barberías con y sin parroquianos, una heladería de alta calidad, un cine característico, la muy conveniente parada de metro de Lepanto (léase Lépanto) si uno quiere huir, un restaurante japonés espléndido, un par de enotecas modernas, los bocatas del Mastrogusto hechos al momento y alguna tavola calda donde se come barato y de autoservicio.
Alejándose en dirección a Monte Mario, Via delle Milizie arriba, hay un restaurantito aislado en un barrio inicuo y contiguo, Balduina, romano y romanaccio. Se llama Da Candido, como el de Segovia, y es casero como pocos: tripas (callos), pasta alla griccia (carbonara sin huevo y con mucho burro), ossobuco, estofado de ternera con alcachofas... Para el aperitivo hay un sitio especial: Antonini, detrás de la plaza de Mazzini, donde dan tartinas fantásticas con langosta, gambas, caviar o lardo.
Como Mastroianni
Las calles de Prati tienen nombres de poetas, pensadores y emperadores (Tácito, Cicerone, Pompeo Magno, Ezio, Marcantonio Colonna...), pero están habitadas en su mayoría por gente corriente: jueces, abogados (en Roma hay tantos letrados como en Francia entera), periodistas, jubilados y profesionales liberales. La calle de Pompeo Magno, donde vivía Marcello Mastroianni y donde vive el artista Janis Kounellis, es pródigo en villas déco, que en primavera estallan con el color violeta de las glicinias demostrando que Roma tiene un clima tropical (la malaria fue endémica hasta bien entrado el siglo XX).
También se puede tomar un café en Castroni entre vinos, caramelos y conservas; zambullirse en el chocolate exquisito del elegante café Sciascia, o visitar mercados como el Trionfale, entrando por Via Santamaura a comprar tomates en el puesto que sólo vende tomates (desde seis euros hasta uno: cuore di bue, pacchino, costolute, nero, camone...).
Para colmar el ansia artística, o paraartística, está la pequeña mole neogótica del Lungotevere, con el Museo de las Ánimas del Purgatorio en la sacristía lleno de huellas de pezuñitas (manos de Satán) en un montón de objetos... Y una vez aquí se puede pasear hacia la plaza de Mazzini, redonda y señorial, surcada de avenidas y cafés, o dar media vuelta y cruzar el río, lo cual supone pasar al otro lado.
Una cerveza artesanal en Settimio all Arancio o bien, ya en Prefetti, una camisa en la tienda de las nimiedades exquisitas, Albertelli, son dos de las posibilidades, pero si es la hora de comer, pasando la embajada española (feudo de Pedro Jesús Fernández, novelista, gourmet y consejero de viajeros), instalada en el palacio Borghese (echen un vistazo al patio), la oferta es irresistible. Allí al lado hay un restaurantito, llamado Matricianella, donde dan los mejores sesos de la ciudad, el plato se llama fritto romano, y contiene también animelle, es decir, criadillas. Casquería fina, made in Italy. Poco más allá, en un callejón cerca del Parlamento, Da Gino da calidad casera a precios razonables, y las alcachofas son un sueño en el que cayeron varias veces el añorado Sandro Pertini y su colega el rey Juan Carlos.
En la siempre socorrida y ovalada plaza del Popolo, aparte de ver los Caravaggios -si uno acierta a llegar en el espartano horario estipulado por los párrocos de la basílica de Santa María- y de asistir los sábados a la presentación en sociedad de las tribus urbanas, se puede tomar un negroni en el Canova o el Rosati. Un poco más allá el Museo Canova Taldoni es un café un punto disparatado en lo que fue taller del escultor neoclásico Antonio Canova y su discípulo. De vuelta a la plaza se puede pintar la mona un poco en Dal Bolognese, clásico a precios bastante prohibitivos con camareros romanísimos y una clientela que maneja y se hace acompañar bien, o bien internarse en la Via Margutta, donde vivía Fellini, a ver los anticuarios y las galerías...
Como estaba previsto, nos hemos metido de hoz y coz en el circuito, pero hay esperanza. Pasear hasta la plaza de San Lorenzo in Lucina y tomarse un helado en el Ciampini es siempre un lujo pese al éxito del local; callejear por Via dei Prefetti hacia la Scrofa y los callejones que van a dar a Via dei Portoghesi y degli Spagnoli en un día de lluvia es una experiencia única. Y comer en Due Ladroni el riso al salto merece un pequeño extra de monedero. Allí cerca viven el poeta vasco Ángel Amezketa y el pintor italiano Enzo Cucchi. Si tienen suerte y se topan con ellos, volando uno con la imaginación y el bastón y el otro con sus largas piernas, entenderán en un momento lo que es Roma.
Poema romano
Amezketa es toda una institución ciudadana, aparte de ser el penúltimo exiliado del franquismo: llegó prófugo al mismo tiempo que Rafael Alberti y María Teresa León, y todavía está aquí. Como ni uno ni otros tienen todavía la placa que merecen en la fachada de sus casas, vamos a pedirle a Amezketa unos versos para terminar este paseo por la Roma falsamente fea con alguna metáfora brillante.
Ahí van: "A mí visionario, tú, de gestos arcanos, / con corbata fosforescente de clérigo relamido; / tú, perdido en este plano urbano, / me has descubierto en esta taberna de Trastevere, / escombrera de besos, adioses y apretones, / donde la calamidad del siglo corre con velocidad de epidemia / la solidaridad de un abrazo bestial, de hombre a hombre, / cansados como gaviotas mojadas por el vino. Vale".
Guía
Comer
» Costantini. Piazza Cavour, 16 (www.pierocostantini.it).
» La Barchetta. Giovanni Pierluigi da Palestrina, 35. 40 euros.
» Il Matriciano. Gracchi, 55. De 20 a 35 euros.
» Dal Toscano. Germanico, 58.
» Il Piccolo Diavolo. Piazza Cola di Rienzo, 33.
» Castroni. Cola di Rienzo, 196 (www.castronicoladirienzo.it).
» Franchi. Cola di Rienzo, 200 (www.franchi.it).
» Mastrogusto. Via dei Gracchi, 193 (www.mastrogusto.it).
» Da Candido. Viale Angelico, 275 (www.ristorantecandido.com). Entre 25 y 40 euros.
» Antonini. Via Sabotino, 21-29.
» Sciascia. Fabio Massimo, 80,
» Settimio all Arancio. Via dell' Arancio, 50 (www.settimioallarancio.com).
» Da Gino. Vicolo Rosini, 4.
» Dal Bolognese. Piazza del Popolo, 1-2.
» Due Ladronide. Piazza Nicosia, 24 (www.dueladroni.com).
» Matricianella. Via del Leone, 4 (www.matricianella.it).
» San Marco. Via Tacito, 29.
» Gelateria Ciampini. Piazza de San Lorenzo in Lucina, 29.
Salir
» Bar Rosati. Piazza del Popolo, 5A (www,rosatibar.it).
» Canova Café. P. del Popolo, 16.
» Museo taller Canova Tadolini. Babuino, 150.
Compras
» Albertelli. Via dei Prefetti, 11. Ropa de hombre.
» Librería Arion. Viale Cavour, 255 (www.libreriearion.it).
» Mercato Trionfale. Via Andrea Doria (www.mercatotrionfale.it).
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