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Tribuna:ECONOMÍA GLOBAL
Tribuna
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La crisis a cámara lenta de Japón

Si usted escucha a los líderes estadounidenses, europeos o incluso a los chinos, Japón es el futuro económico que nadie quiere. Al vender paquetes de estímulo masivos y rescates bancarios, los líderes occidentales dijeron a sus pueblos: "Tenemos que hacer esto o acabaremos como Japón, atascado en una recesión y deflación durante una década o más".

A los líderes chinos les encanta señalar a Japón como la razón principal para no permitir una apreciación significativa de su moneda, notablemente subvaluada. "Los líderes occidentales obligaron a Japón a permitir que su moneda subiera en la segunda mitad de los años ochenta, y miren el desastre que siguió".

Sí, nadie quiere ser Japón, el ángel caído que pasó de ser una de las economías de más rápido crecimiento en el mundo durante más de tres décadas a una que ha avanzado muy lentamente durante los últimos 18 meses. Nadie quiere vivir con el trauma de una deflación (caída de los precios) como la que Japón ha experimentado repetidamente. Nadie quiere navegar en la precaria dinámica de deuda gubernamental a que se enfrenta Japón, con niveles de endeudamiento muy superiores al ciento por ciento del PIB (incluso si uno toma en cuenta las vastas participaciones de reservas de divisas del Gobierno japonés). Nadie quiere pasar de ser un actor mundial prominente a un ejemplo típico de estancamiento económico.

Los inversores que en el pasado apostaron contra Japón han tenido graves pérdidas

Y, sin embargo, los que hoy visitan Tokio ven la prosperidad en todos lados. Las tiendas y edificios de oficinas bullen de actividad. Los restaurantes están repletos, las personas están mejor vestidas de lo que uno ve típicamente en Nueva York o París. Después de todo, incluso después de casi dos décadas de recesión, la renta per cápita en Japón es de más de 40.000 dólares (al tipo de cambio del mercado). Japón sigue siendo la tercera economía mundial, después de Estados Unidos y China. Su tasa de desempleo se mantuvo baja durante gran parte de su década perdida y aunque recientemente se ha disparado, todavía es de apenas un 5%.

Entonces ¿qué pasa? Primero, las cosas se ven mucho más sombrías cuando uno pasa dos horas fuera de Tokio, en lugares como Hokkaido. Estas regiones periféricas más pobres son enormemente dependientes de los proyectos de obras públicas para el empleo. Como la posición fiscal del Gobierno se ha debilitado continuamente, los empleos se han hecho mucho más escasos. Es cierto, hay caminos bellamente pavimentados por todas partes, pero no conducen a ningún lado. Las personas mayores se han retirado a los pueblos en donde muchos cultivan sus propios alimentos; sus hijos los dejaron desde hace mucho tiempo para ir a las ciudades.

Incluso en Tokio, el aire de normalidad es engañoso. Hace dos décadas, los trabajadores japoneses podían recibir bonos anuales enormes que típicamente representaban un tercio de su salario o más. Ahora, éstos se han reducido gradualmente a cero. Cierto, debido a la caída de los precios, el poder adquisitivo del ingreso restante de los trabajadores se ha mantenido, pero sigue estando un 10% por debajo. Hay mucha más inseguridad laboral que nunca debido a que las empresas ofrecen cada vez más empleos temporales en lugar del entrañable empleo vitalicio de antes.

Aunque no propiamente en crisis (todavía), la situación fiscal de Japón se agrava cada día. Hasta ahora, el Gobierno ha podido financiar sus grandes deudas locales, a pesar de pagar mal las tasas de interés incluso sobre los préstamos de largo plazo. Sorprendentemente, los ahorradores japoneses absorben el 95% de la deuda de su Gobierno. Tal vez, consumidos por la manera en que se colapsaron los precios de las acciones y de los bienes inmobiliarios con el estallido de la burbuja de los años ochenta, los ahorradores prefieren irse por lo que consideran bonos seguros, especialmente debido a que la suave caída de los precios hace que los rendimientos sean mayores de lo que serían en un ambiente de inflación normal.

Por desgracia, por muy bien que Japón esté resistiendo hasta ahora, todavía se enfrenta a grandes desafíos. Primero y más importante, su oferta laboral está en disminución constante debido a las extraordinariamente bajas tasas de natalidad y a la fuerte resistencia a la inmigración extranjera. El país también necesita encontrar maneras de aumentar la productividad de los trabajadores que todavía tiene.

Es legendaria la ineficiencia en la agricultura, en el comercio minorista y en el Gobierno. Incluso en las firmas japonesas de exportación con fuerte presencia mundial la renuencia a confrontar los arraigados intereses de los viejos grupos ha hecho más difícil eliminar las líneas de productos menos rentables -y a los trabajadores que los fabrican-.

A medida que la población envejece y disminuye, más personas se jubilarán y empezarán a vender los bonos gubernamentales que ahora están acaparando con entusiasmo. En algún momento, Japón se enfrentará a su propia tragedia griega a medida que el mercado imponga tasas de interés considerablemente más altas.

El Gobierno se verá obligado a considerar un fuerte aumento de sus ingresos. La mejor conjetura es que Japón subirá el impuesto al valor agregado, ahora tan sólo del 5%, muy por debajo de los niveles europeos. No obstante ¿es plausible subir los impuestos frente a tal crecimiento bajo sostenido?

Los inversores que en el pasado apostaron contra Japón han tenido graves pérdidas, ya que subestimaron muy equivocadamente la extraordinaria flexibilidad y resistencia del pueblo japonés. Pero el camino por delante en cuestiones fiscales se ve cada vez más arriesgado dado el fuerte desgaste del consenso político de años recientes.

Al final, ¿hacen bien los líderes extranjeros en atemorizar a sus pueblos con historias sobre Japón? Ciertamente la hipérbola es exagerada; en particular, ya quisieran los chinos que fuera así. Sin embargo, los apologistas del déficit tampoco deberían señalar a Japón como razón para tener calma respecto de los paquetes de estímulo gigantescos. La habilidad de Japón para continuar ante una gran adversidad es admirable, pero los riesgos de crisis por delante son sin duda mayores de lo que parecen reconocer los mercados de bonos.

Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI, es profesor de Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Harvard. © Project Syndicate, 2010.

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