"Perdí el tiempo en la ONU, por eso creé mi fundación"
Waris Dirie llega al restaurante vasco en el que hemos quedado con cara de palo. Echa un breve vistazo al comedor y sentencia: "Vámonos a mi habitación del hotel". Así que sale a la calle y echa a andar de muy mal humor. Esta mujer de 45 años negra y hermosa ha viajado a Madrid para asistir al estreno de Flor del desierto, una película floja, pero con una materia prima excepcional: la propia vida de Dirie. O lo que es lo mismo: la historia de cómo la hija de unos granjeros nómadas del desierto somalí se convirtió en top-model y, más tarde, en símbolo de la lucha contra la ablación.
Quienes vean la película conocerán a una Waris menos imprevisible que la de carne y hueso, que en estos momentos está tumbada con los ojos cerrados sobre la cama de su suite, presidida por un ramo de rosas. Cuando llega el fotógrafo, se pinta los labios y hace un paréntesis en su mal humor, que poco a poco se le va pasando. El servicio de habitaciones trae el té, los pinchos y la ensalada que hemos pedido para este improvisado almuerzo.
Un filme relata la vida de la 'top model' y ex embajadora contra la ablación
Dirie recuerda perfectamente el momento de su mutilación, que sufrió cuando tenía cinco años a la sombra de un árbol y bajo la supervisión de su madre. "Recuerdo que pensé, 'Dios me ama y es imposible que ella quiera que pase por este sufrimiento". ¿Ella? "Estoy segura de que es mujer. Si fuera hombre, estaríamos muertos. Son las mujeres quienes dan la vida".
En la película, la escena de la ablación es terrible y muy explícita a petición de la propia Dirie: "Quiero que impacte y conmueva a la gente. La ablación es un crimen violento, un abuso más allá de la imaginación", dice saliéndose de sus casillas. "Es barbárico, algo terrible que se le hace a una niña sana para que sufra de por vida, es... Es... Es increíble lo que pueden llegar a hacer los seres humanos", dice sin desprenderse del té mientras la comida se aburre en una esquina.
A los 13 años, huyendo de una boda forzosa con un hombre de la edad de su padre, Waris dejó su casa, atravesó el desierto y con ayuda de una tía voló a Londres, donde fue descubierta por el fotógrafo Terence Donovan. "Yo era una niña sin miedo", dice a modo de explicación de su proeza. Durante siete años, de 1997 a 2003, y en plena cresta de la ola, fue embajadora de Naciones Unidas contra la ablación, pero hoy no tiene buenas palabras para el organismo: "No creo que nadie allí quiera hacer nada por cambiar la situación de la mujer. Empezó a parecerme una pérdida de tiempo. No me gustan las charlas, las reuniones, me gusta la acción. Por eso fundé mi organización [la Fundación Waris Dirie] con la que iré a todos los rincones del planeta. Cuando empecé me decían que no lo conseguiría, que es una tradición de hace miles de años. Ahora, hasta en el poblado más diminuto de Somalia hay mujeres que se oponen. Como mi madre entienden que estoy haciendo lo que ni ella ni mi abuela pudieron hacer por mí".
Dirie es hoy madre de un adolescente de 13 años y de un bebé de 10 meses, pero no tiene pareja -"No he encontrado a mi alma gemela..."-. Un día viajó a Polonia y le gustó tanto que ahora vive allí. "Cuando me lo pida mi corazón, me iré a otra parte. Y creo que hemos terminado", añade con una desconcertante sonrisa. Hoy, llueva o truene, Waris Dirie no va a atender a más periodistas.
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