Rocanrol y verso libre
Coque Malla y Benjamín Prado, extraña pero fructífera pareja
El rockero con buen paladar literario y el poeta al que le fluye por el torrente sanguíneo el veneno de Dylan y los Stones. Extraña y singular pareja la que conforman Coque Malla y Benjamín Prado, amigos, residentes en Madrid, cómplices y firmes partidarios de las sinergias entre la palabra y las guitarras enchufadas a un amplificador. La atípica alianza sirvió anoche para inaugurar en el Teatro Fernán Gómez el ciclo Músicas en la Villa y demostrarnos que Prado también sabe cantar, tocar la guitarra y soplar la armónica con razonable dignidad. Sorpresa mayúscula entre quienes piensen en los escritores como seres frágiles y ensimismados.
La idea nació bañada en whisky, conoció una formulación iniciática en los Veranos de la Villa y ahora se ha consolidado en varias tardes de ensayos y probaturas en la casa de Coque, en el corazón de La Latina. El ex de los Ronaldos aporta piezas de su disco en solitario más reciente (y más brillante), La hora de los gigantes, pero la sorpresa llega al comprobar que la figura espigada y nerviosa de Prado no se limita al papel de recitador.
Que un poeta y novelista acepte ocupar el centro de la escena para ejercer el rocanrol de forma activa constituye un ejercicio de valentía casi temerario, a juzgar por las miradas suspicaces de quienes anoche le tomaron por un advenedizo. Pero Benjamín es consecuente con su bagaje sentimental, por mucho que su ejercicio de anoche difícilmente pudiera contar con el visto bueno de ningún agente literario.
Nacho Mastretta o Rubén Pozo (Pereza) aportaron su sabiduría discreta en tres o cuatro canciones, y la alargada sombra de Joaquín Sabina, el gran ausente, sobrevoló en piezas urdidas con Prado (Números rojos, Agua pasada, Embustera) en otra de esas ententes pintorescas.
El experimento aún está poco rodado y se sucedieron algunos incidentes menores: el envaramiento inicial de Benjamín, sombreros que se caen, guitarras que no suenan, estrofas cantadas a destiempo. Pero más de uno se llevó una sorpresa agradable.
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