"Fue de lo mejor de mi vida"
La Comunidad cancela un programa que permite a menores tutelados vivir en pisos y hostales de forma independiente
La primera vez que se fugó tenía 14 años. Pasó el invierno subiendo y bajando por los adoquines de la acera para entrar en calor "por el ejercicio". Casi nunca dormía en el centro de acogida de la Comunidad de Madrid en el que vivía. "Escápate si quieres", recuerda que le decían "los de Servicios Sociales". Pasó dos años casi desaparecida. "Tenía un sinfín de denuncias". Hasta que con 17 años se integró en el programa de Vida Independiente, puesto en marcha por la Comunidad hace 10 años. "Yo era Inma, no una más". Desde entonces vivió en un piso compartido. Y empezó a estudiar. Y a trabajar. Se casó y mantuvo su empleo hasta ahora. Tiene 24 años y conserva la relación con sus tutores. "Fue de lo mejor de mi vida", resume.
Inma estuvo perdida hasta que empezó a vivir en una casa compartida
Pero ahora la Comunidad de Madrid quiere potenciar el control de estos chicos, que no tienen ninguna causa judicial pendiente ni trastornos de personalidad. La Administración regional quiere que haya respeto a los horarios, alimentación y rutina regladas. Por todos esos argumentos ha dado por concluido el programa Vida Independiente una década en funcionamiento y marcar la biografía de 800 menores tutelados por la Administración. El experimento se extingue. Los 1.800 menores cuya custodia depende de la Consejería de Asuntos Sociales tendrán una disciplina homogénea. Ya sólo quedan 30 chicos en estas condiciones, viviendo en hostales o en pisos compartidos sin la vigilancia constante de un educador. No se repetirá el tratamiento de choque de aquel adolescente marroquí, de carácter rebelde, que tocado con su gorra, de repente, se encontró viviendo en un hotel para ejecutivos. La sorpresa fue tan grande que acabó adaptándose a las convenciones sociales. No quería llamar la atención en un ambiente que le era completamente desconocido.
Un sistema que muchos expertos, incluidos algunos psiquiatras infantiles y especialistas en niños "problemáticos", considera "muy bueno para determinado perfil de adolescentes". Tan bueno que las cifras que aportan algunos de los responsables del programa hablan de un éxito del 70% en los 10 años de funcionamiento. La historia del proyecto comienza en 1999 y se ratifica con el Plan para la Infancia de 2002. Entonces, la Administración apuesta por ofrecer maneras distintas de adaptación a cada chico, según su carácter. "Ahora se han decidido por el almacenaje de niños", resume uno de los implicados en el proyecto. Una aseveración que no comparten desde el Instituto del Menor y la Familia, cuya titular es Paloma Martín. "No era buena idea tener a los chicos por ahí, como si fueran adultos, sin control", replican.
El perfil de los beneficiarios del programa corresponde a aquellos que no terminan de adaptarse a la rigidez de los centros, al anonimato de ser uno más en un lugar con niños de edades y circunstancias muy distintas. Un modelo de chico -aunque hay quienes creen que los mejor adaptados son los más adecuados para este tipo de vida independiente- que opta por la fuga. Los menores que se marchan pueden vivir meses en la calle o en casas ocupadas. La Comunidad pone una denuncia policial. "Si te escapas es tu problema", cuentan algunos chicos que es la respuesta de algunos cuidadores.
"Muchos de los niños siguen en la calle descontrolados", razona ahora Inma. Vestida de azul, pelo lacio oscuro y cara bastante infantil, conoce cada curva del trayecto de un menor bajo tutela administrativa. Sus padres "estaban enganchados a las drogas" y por eso el Gobierno regional la tuteló. Vivió en un internado hasta los ocho años. "Estaba bien, no conocía otra cosa". Pero a esa edad se marchó con una familia en régimen de preadopción. "Eso es como un piso de alquiler con opción a compra", escribe con ironía en unas breves memorias mecanografiadas.A los 13 años la adoptaron oficialmente. Pocos meses después, se desentendieron de sus dificultades. Regresó a la acogida. Y comenzó su vida de fugas y "cosas no muy buenas". Hasta que encontró acomodo en el programa.
Los chicos que participan en el programa tienen un seguimiento constante de un educador, una persona sin horarios que busca los lugares en los que vivirán, habla con sus responsables, sigue los pasos del tutelado y hasta les acompaña a hacer la compra para que aprendan a gestionar sus recursos. "Los hostales son familiares y el contacto con los dueños, que son quienes tienen las llaves, es cotidiano y continuo", explica José Manuel Íñiguez, de Comisiones Obreras y trabajador del Instituto del Menor y la Familia. "Del otro modo, sencillamente, estarían en la calle, sin trabajar y sin estudiar", resume Íñiguez.
En los pisos, que se buscan cerca de los centros de trabajo o estudio de los chavales, hay un control de asistencia diario. Aunque los horarios son "más negociables" si el chico "responde y es responsable". La consejería alaba el trabajo de los profesionales, pero dice que son pocos, siete, para 30 niños y que no les pueden vigilar adecuadamente.
"Si no hubiesen participado en este plan estarían perdidos, nunca se hubiesen reformado bajo la vigilancia de un centro", comentan quienes conocen de cerca el programa. Es el caso de Antonio, nombre inventado, que necesitaba quedar para desayunar con su tutor para poder levantarse por las mañanas y acudir a su trabajo.
Óscar, también nombre supuesto, trabaja desde hace dos años. Su vida es ahora, más o menos, convencional. Pero su hermano es toxicómano (un final no muy infrecuente entre los chicos tutelados). El chico lo achaca a que él pudo participar en el programa y salir del ambiente de los centros. Su hermano se quedó en la institución. "Ese ejemplo se podría invertir", sostienen desde la consejería. Ha habido casos a la inversa. Algunos de los chicos del programa han cometido delitos o han acabado su etapa de tutelaje sin haber reconducido su vida.
Eso, la comisión de delitos, supone una dificultad de tipo jurídico para la Administración, que es responsable del menor. Sin embargo, cuando el niño se fuga y mediante la denuncia policial, lo que haga el chico ya no es responsabilidad del Gobierno regional, que como "padre" ya cumple con su obligación denunciando su desaparición.
La consejería mantiene los pisos, "algunos son verdaderas residencias con más de 10 chavales", que gestionan directamente organizaciones sociales como Paideia o Cruz Roja. Hay normas, a veces llaves hasta en los armarios, y siempre hay un educador.
El director de otro centro, pero en este caso de Barcelona, no tiene dudas al respecto. En su opinión, "los pisos suelen funcionar bien y, en todo caso, constituyen un entorno mucho más normalizado y parecido a un hogar que un centro en el que hay, por ejemplo, 15 chavales adolescentes conviviendo. Además, el objetivo de un centro de protección debe ser también enseñarles a emanciparse, a gestionar el dinero, la comida y la independencia", opina.
Inma, que se mueve sobre unas botas de tacón alto, insiste en que su experiencia le ha he hecho llegar a una convicción, que cada niño es distinto. Y que por eso es bueno que existan "programas distintos que se puedan adaptar a las características de cada uno". Para ella ha sido fundamental: "Fue mi muleta hasta que aprendí a andar por mí misma".
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