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Columna
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¡Toma ya!

Estrenamos década con tremenda nevada. Y decimos sonrientes e incrédulos aquello de año de nieves año de bienes. ¡Anda ya!. Si hasta la cuesta de enero ya no es nada comparando con las que nos vienen después. Y encima a mi me ha pillado con el sopapo de haber cumplido los cincuenta.

Lo bueno de pasar décadas debería ser que tuviéramos permiso del médico para engancharnos a algo que nos diera alegrías. Cada vez más golfas. Pero, o cuesta mucho, o no es saludable o haces el ridículo, o... no tiene gracia. Y con hacer como que no pasa nada, no ganas ¡ni para arrugas!

Me consuela saber que a Harrisond Ford, el más guaperas de los guaperas del cine de hace algunos años, también pasa sus crisis. Acabo de leer que ni se le ocurre mirarse al espejo. Le entiendo tan bien que hasta le copio el gesto. Aunque a uno también le puede dar el síndrome de madrastra de Blancanieves y querer ser más guapa que la Jolie, o sea, ir en plan cliente -que no paciente- a hacer turismo por los quirófanos. Pero claro, te puedes quedar sin amigos, más que nada, porque es imposible que te reconozcan.

Otro peligro de cumplir años es que te puede dar por sacar la vena oteiciana o unamuniana y no tener filtros para el cabreo, pero, claro, corres el riesgo de convertirte en cascarrabias de oficio; y... a ver quién tiene el encanto como para salir ileso. Aunque siempre queda la opción de apuntarse a clases de zapateado, y así por lo menos no se pierden los amigos. Pero para tener compañía lo más recurrente es comprarte un perro. Aunque ojo, porque tu vida se puede convertir en una vida de perros, yendo detrás de tu bizkor con la bolsita de plástico.

Otra salida es patear las rebajas, pero te puede pasar lo que a mí hace un par de días; cuando una joven dependienta, intentaba convencerme de que la camiseta que tenía entre manos era un chollazo y que me iba a arrepentir si no la compraba, ante su apremio tuve que confesarle que la ropa no era algo que me hiciera demasiada ilusión. Entonces le salió la ONG juvenil que llevaba dentro, me miró como si fuera una anciana descarriada a punto del suicidio y con una sonrisa condescendiente me dijo "noooo, ¡anda! que no hay que abandonarseee". Me escapé corriendo a una librería.

Pero atando cabos entendí que algo así le debió pasar a missis Robinson, la esposa del primer ministro de Irlanda del Norte. A esa señora tan conservadora, tan recta, seguro que le dijeron algo así, ella reaccionó, y claro, empezó a disfrutar de la vida. Hasta aquí todo bien, si no llega a ser porque le dio por financiar la cafetería de su amante con fondos públicos. Aunque lo peor es que la política que sermoneaba era contraria a sus prácticas. Quizás a esto se refería el señor Munilla cuando ante la pregunta sobre la tragedia de Haití, respondió con toda su bondad, olvidándose de lo angustioso, doloroso y terrible que será lo que allí se está viviendo, que es más grave la falta de espiritualidad que invade el mundo. ¡Toma ya! Me ha devuelto a la cruda realidad.

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